Reconozco que fui guevarista en algún momento de mi adolescencia. Seguramente me dejé llevar por la estética
cool de las poleras, por la onda de las boinas verdes con la estrella roja, por los comentarios de las mujeres que encontraban guapo al “Che”.
Pero como soy obsesivo con algunos temas, me puse a leer sobre el guerrillero argentino. Y así lo conocí de verdad. Supe de su frivolidad, de su egocentrismo, de todas sus fechorías y de su carácter cruel, hasta sanguinario. Boté la polera, la boina y su ideología. Sufrí durante un tiempo. Unos 20 o 30 minutos. Y pasé a otra cosa.
Décadas más tarde, otro Guevara apareció en mi horizonte: el intendente de Santiago, Felipe Guevara. Le puse atención cuando lo nombraron. No tenía la pinta del “Che”, ni el vozarrón, ni el acento pegote, ni la chasca perfectamente desordenada.
Me sorprendió que lo nombraran intendente. Traté de entender las razones. Busqué en internet y en redes sociales. Ahí lo vi en acción después del estallido del 18 de octubre. Aparecía en su rol de alcalde de Lo Barnechea enviándoles videos a los vecinos. A veces en la mitad de la noche. Patrullaba la comuna e informaba. Exorcizó varias
fake news, como las que hablaban de que habían incendiado un colegio y un gimnasio. Puso calma y certezas, incluso cuando las manifestaciones llegaron a su municipio.
Era obvio por qué lo habían escogido: para hacer esa misma buena pega en la región completa.
El Guevara chileno no habrá tenido el garbo del Guevara argentino, pero al menos tenía el mismo arrojo y la misma chispeza.
Por eso no me sorprendió cuando se convirtió en el primero en intentar algo para recuperar la Plaza Baquedano, capturada por las fuerzas del vandalismo desde el 18 de octubre pasado.
Se le ocurrió hacer lo que muchos chilenos pedían desde hacía semanas: desplegar formaciones de carabineros como en esos videos que circulan por WhatsApp de la policía alemana, en que sincronizados como en un baile sincrónico, lograban contener a las turbas violentas con total elegancia y sin poner en riesgo los derechos humanos de nadie.
Durante varios días la estrategia fue completamente exitosa. ¡Ahora uno podía pasar por Plaza Baquedano, en auto y a pie! Volvieron a abrir los restoranes, los vecinos salían de noche y los comercios se animaron a ir retirando las latas de las vitrinas.
Pero al primer traspié, después de una violenta protesta de un día viernes, el intendente Guevara comenzó a recular.
Ante mi estupor, negó tres veces haber sido él quien tuvo la idea de realizar el “copamiento preventivo” en Plaza Baquedano. Igual que San Pedro, pero casi peor, porque se negó a sí mismo. Yo encontraba que la idea no era mala, porque trataba de prevenir más que lamentar después, pero él prefirió decir que había sido una ocurrencia de Carabineros, y empezó a dar explicaciones y retrocedió. Y volvió a entregar la Plaza Baquedano.
Qué pena. Por segunda vez en mi existencia, un Guevara me quita la ilusión. Tendré que pasar a otra cosa.