El año ha comenzado. Atrás queda el complejo 2019 y entramos ahora al año decisivo.
La palabra “decisivo” apela a “resolver” y también a algo que es “crucial”. Pues bien, Chile se enfrenta en 2020 a ambas cosas. Y estará marcado por distintos hitos.
La calle “marcista”
La primera prueba será marzo. Son muchos los que plantean que “hay que prepararse para marzo”. Que la violencia recrudecerá, que la calle se enardecerá. Y si bien hacer pronósticos hoy parece un ejercicio absurdo, al menos es necesario distinguir de qué estamos hablando. ¿Del millón de personas en la Plaza Italia o de las 10 mil personas en la Plaza Dignidad? Porque no es lo mismo una cosa que la otra. Chile en esta crisis social vivió una primera semana muy intensa, de protestas masivas gatilladas por la violencia del 18 de octubre, pero en noviembre y diciembre hemos visto un número limitado —pero muy violento— de manifestantes. Ello no implica que no haya un apoyo mayoritario a corregir el modelo, a terminar abusos, a limitar privilegios. Pero un millón de manifestantes pacíficos derriban a un gobierno, diez mil manifestantes violentos derriban la convivencia social.
El orden público
La crisis de legitimidad de Carabineros en innegable. En su cuenta de pasivos arrastraba el desfalco millonario y la ineficacia en el combate de la delincuencia. El 18 de octubre agregó la falta de inteligencia, la falta de protocolos y la falta de estrategia. El resultado de ello ha sido la pérdida de legitimidad en su actuar y una indefensión del ciudadano de a pie. Es cierto que los hechos graves han bajado, pero es grave que llevemos dos meses y medio de hechos graves.
Cada vez parece más necesario refundar Carabineros. Pero mientras no nos pongamos de acuerdo como sociedad cuándo la policía puede usar la fuerza proporcional, de nada servirá y seguiremos a merced de los delincuentes. De los narcotraficantes. Del lumpen. Ese acuerdo existe en todas las sociedades, de derechas y de izquierdas. Y en Chile se debe ejercer. No para solucionar el problema social, sino que para permitir que el problema social sea solucionado.
l plebiscito de abril
La decisión de abril está a la vuelta de la esquina. Quienes estuvieron con el SÍ en 1988, hoy están por el NO; quienes estuvieron por el NO, ahora están por el SÍ, dando cuenta de que uno nunca puede bañarse dos veces en el mismo río. Una parte menor de Chile Vamos llamará a aprobar la nueva Constitución, la mayoría —al interior de la trinchera— enarbolará la bandera del NO.
La coalición oficialista irá tanteando terreno. Porque más de un 30% en contra de la nueva Constitución sería un triunfo que no se lo pueden entregar a José Antonio Kast. Y con menos del 30% deberán tener la excusa a mano de que había libertad de acción. Así, será un juego de indefiniciones. De ambigüedades. Estratégicamente plausible, pero con un fondo peligroso. Para la centroderecha es mejor argumentar como si el futuro fuese una oportunidad que como un salto al vacío. Es mejor transformarse en un protagonista del futuro que en un opositor a él. Especialmente si se quiere conquistar a las nuevas generaciones.
La cuenta de junio de Piñera
El 1 de junio, Piñera llegará de alguna forma al Congreso a rendir su cuenta anual. Gran parte de lo dicho en junio de 2019 quedó archivado para siempre. Donde se dijo “digo”, ahora habrá que poner “Diego”.
Lo primero es que ya es un logro que —pese al intento de golpe de Estado blanco propiciado por el PC— todo parece indicar que al menos tendremos Presidente para la cuenta anual. Pero lo que veremos a esa altura es si en la primera mitad del año el Presidente logra tocar una tecla más afinada. Ya es claro que el conjunto de desaciertos de las primeras semanas de la crisis quedará para la historia, pero lo que ha venido después no ha sido mucho mejor. Está por verse si Piñera logra actuar más como un jefe de Estado que como un jefe de Gobierno. Hasta el último día de 2019 se rehusó a hacerlo, abriendo —con cada entrevista concedida— algún nuevo flanco; recordándonos que, como en la fábula del viejo Esopo, el problema está en su naturaleza.
La gran elección de octubre
Falta menos de un año para las elecciones y no ha habido tiempo de hablar de candidatos. Este año debutarán las elecciones de gobernadores (que, dicho sea de paso, solo pensar lo que habría significado una crisis como esta con un delegado presidencial a cargo del orden público y un intendente elegido en cada región da escalofríos). Las coaliciones tenían sus candidatos y hoy están en veremos. Los funcionarios públicos no alcanzaron a renunciar. Los que eran fijos ya no lo son.
La elección de alcaldes es menos incierta, ya que es probable que hayan quedado al margen del castigo electoral y haya una alta tasa de reelección. Pero el punto central acá estará determinado por qué tipo de alianzas se generarán. ¿Será posible tener en la oposición a la “gran coalición” que aglutine desde el Partido Comunista a la Democracia Cristiana? Parece impensado que quienes tienen una forma tan distinta de ver la democracia puedan cohabitar en un mismo espacio. Y parece impensable que, en caso de cohabitar, no haya castigo electoral. Una oposición junta es imposible. Una oposición dividida es imposible.
Más allá de los hitos del año, en 2020 veremos si la frágil clase política logrará estar a la altura de las circunstancias. Un poeta francés decía que el futuro necesita de cientos de borradores. El problema es que no tenemos mucho tiempo para hacerlos; no tenemos mucho ánimo para escribirlos y no tenemos muchos acuerdos para consensuarlos.