¡Ah, ya estamos hartos de tanto viaje, y sube y baja, y que pasaporte, y que reservas, y que confirme, y que cuánto, y que dónde, y que apure! ¡Hogar dulce hogar, y no hoteles, moteles, albergos, pensiones, hosterías, paradores, mesones! ¡Mueran maletas, bolsos, maletines, baúles, carritos, bolsones, cartapacios, sobres! ¡Al diablo azafatas, chaperones, guías, cicerones, sobrecargos, botones, porteros, conductores, gondoleros, pilotos, camareros, choferes, capitanes, maquinistas! Hoy viajaremos con la imaginación, hundiendo, en cojines, las posaderas y el pescuezo, con abandono, en un respaldo prolijamente preparado.
¿Qué comía el capitán Nemo en la insuperable lata de sus leguas submarinas? Alguna comestible habrá habido entre las 324.467 especies de pescados descritas con pelos y señales. ¡Con qué velocidad viajábamos al leer ese bodrio, saltándonos páginas de sus morosidades ictiológicas! Seguíamos, con toda docilidad, el sabio consejo de Alone: “Si le aburre, sálteselo”.
Y ¿qué comen los astronautas? ¡Ingravidez incompatible con las arvejas o con el jugo del bistec! Imposible pincharlas o sopearlo si llegaran a levantar vuelo del plato. Sólo tubos llenos de purés de esto y lo otro. Sabores nutritivos envasados como dentífricos. Olvídese del hojaldre. Pasaría el viaje sacándose migas del pelo, de las orejas, de varias otras partes.
Tolkien nos dice que los elfos llevaban, en sus viajes, una comida sutil, liviana y deliciosa, el “
lembas”: delgadas galletas horneadas a la perfección. Una especie de scone paradigmático, como uno que nos dio en su casa, recién hecho, Frances Bissell, cronista del Times de Londres. A años luz de nuestros huevos duros, cuya simbiosis con los trenes es de las cosas más admirables en la culinaria desde que Watt inventó la locomotora. Más condumios turísticos: sánguches de tiuque de las “palomitas” de Melipilla; tortas de Curicó, vieja y gloriosa villa; sustancias de Chillán.
Pero sin duda la comida turística por excelencia es el charqui, que con otro nombre acompañaba a esos palurdos, antepasados nuestros, que se dieron a las olas hace cuatro o cinco siglos. Carne seca, bizcochos y aguas turbias. Todo un poco agusanado y pútrido. Pero con charqui se puede hacer varios platos bien católicos. Y que sea charqui de caballo, que es más blando. Mire, vea.
Charqui frito
Hornee, 10 minutos, 250 gr de charqui, horno fuerte, sin quemarlo. Vigile constantemente, dando vuelta los trozos. Una vez parejamente tostados, córtelos en trozos chicos y vaya poniéndolos de a poco en un mortero de madera. Ahí macháquelos, desechando las partes que no se ablandan y los nervios, hasta reducirlo a la consistencia de estopa o huaipe. Aparte, pique 2 cebollas grandes a la pluma. Rehóguelas en 2 cdas de manteca de chancho, agregando 2 cdtas rasas de ají de color, pimienta, un poco de orégano seco y otro de pasta de ají picante. Agregue el charqui, y cueza lentamente 15 minutos. Si hace falta, agregue un poquito de agua para que tome consistencia cremosa. Sirva con papas cocidas.