Al final del año recuerdo a doña Aurora Esterlinda, mi vieja abuela, una señora antigua con fe en las instituciones y su perfecto funcionamiento.
Confiaba en la mecánica y procesos de las empresas que dominan energía, telefonía, agua, cable y comunicaciones, porque ese mapa significaba una sola cosa para ella: progreso. Sintió que envejeció, sin duda, pero durante ese tiempo Chile avanzó.
Hablaba poco y nada, lo que tampoco influye demasiado porque no había quién la fuera a ver, y menos personas de su generación que le respondieran el fono, que así es como le decía a su pequeño celular. Y como estamos entre adultos podemos hablar las cosas como son: no le respondían por motivos estrictamente naturales y porque bajo tierra no llega la señal.
El caso es que su generación dejó de escuchar y por esas razones y por otras, su única tristeza era que dejó de importar.
Hasta que pasó lo que pasó.
No tengo claro a cuál empresa llamó ni tampoco el motivo, pero le dijeron textualmente lo siguiente: “Su llamada es importante para nosotros”. Se lo creyó.
Ella me reconoció que se comunicó en un mal día, con operadores ocupados. La espera fue de nueve minutos y cuando pasaron nueve más nueve y más nueve, una grabación le ofreció devolverle esa llamada que era importante para ellos.
Esto ocurrió en julio del año que ahora termina.
La imagino con el fonito en la oreja, en medio del living y sin nada que hacer, esperando y recordando una y otra vez el mensaje, donde nosotros somos unas arcas enormes y vacías, sin necesidad de Noé, que es lo que siempre le expliqué, pero no me escuchó.
Como creía en las empresas e instituciones, de más está decir que su orgullo era no deberle un peso a nadie y cuenta que le llegaba era cuenta que pagaba: agua, alcantarillado, basura, teléfono, cable, gastos comunes, electricidad, ¿me falta alguna? Contribuciones, por supuesto, del departamento y su bodega. Le pedí que esperara y se atrasara con la cuarta cuota de 2019, por si acaso y debido a su edad, pero nunca me hizo caso.
Le contaba que ahora las empresas son nubes distantes que navegan sobre un cielo enorme y latinoamericano, con cientos de voces, tonos y acentos. En realidad no sé quiénes son y tampoco el lugar dónde están, ni siquiera sé qué diablos son; incluso más: no sé si son. Es decir, no sé si existen y en qué dimensión operan y si son impulsos eléctricos, fantasmas que hablan o personas sencillas que van a estar ahí por un rato corto y ya se irán en busca de mejores horizontes.
Durante los meses siguientes esperó con confianza y sin desesperarse. Mantuvo el telefonito cargado y a mano durante todos esos meses. Nunca perdió la fe. Ni siquiera durante el apogeo de la crisis social.
A finales de noviembre enfermó y su deseo final fue que hablara con la empresa y le dijera dos cosas: que por favor ya no se preocuparan y que gracias por considerar su llamada como algo importante para ellos.
Murió a comienzos de diciembre, y hace un mes intento cumplir con mi abuela, que en paz descanse, pero se me va el 2019 y aún no logro que respondan la última llamada.