“Pupilo” es el nombre que la burocracia municipal francesa da a los niños que están en proceso de ser entregados en adopción, de manera provisional o definitiva. En esta película, el “pupilo” central es el bebé X, después llamado Théo y más tarde Mathieu, entre su nacimiento y antes de cumplir tres meses. Quien lo da a luz es una estudiante de 21 años que no quiere cargar todavía con esa responsabilidad. Por lo tanto, lo entrega para adopción definitiva sin apenas verlo.
Y quien lo va a recibir es Alice (Élodie Bouchez), una mujer de 41, sola, insegura, que se ha pasado ocho años postulando a adoptar, sin calificar nunca en los criterios establecidos por el Consejo de Familia del municipio de Brest. Antes de ella, el niño debe pasar por la casa de acogida de Jean (Gilles Lellouche), para quien esto de recibir niños sin padres (o en conflicto con ellos) es el único trabajo remunerado que practica.
Además de Alice y Jean, la historia se desgaja por un abanico de personajes relacionados directamente no con el niño, sino con la adopción: asistentes sociales, psicólogas, pedagogas, especialistas en familia, directoras. Esta arboladura de personajes femeninos es el verdadero protagonista de la película.
La primera mitad del metraje se detiene en las fases ultraparametradas del proceso: sus normas, sus pasos, sus plazos y, sobre todo, la legión de funcionarias que toma decisiones confiando en su criterio y temiendo siempre al error que convertirá a los niños en unos desgraciados. Como si no pasara lo mismo con los padres naturales, como si la principal posibilidad de desgracia estuviera en los padres adoptivos. Pero, en fin, estas buenas personas se toman su trabajo en serio y lo que sorprende es la cantidad de condiciones con que reglan la elección de los padres adoptivos, su confianza casi religiosa en la psicología y las dificultades que incluso sin saberlo atraviesan los postulantes.
La segunda mitad da rienda suelta a todo lo que en la primera está contenido, reprimido. Aquí se convierte en una película remolona, sentimental, inadecuadamente filmada (¿por qué fragmenta tanto los cuerpos?, ¿cuál es la necesidad del exceso de alternancias?) y facilona. Este es el segundo largo de la directora Jeanne Herry y bien pudo naufragar del todo sin esa burocracia comprometida que hace posible que un niño rechazado por su madre pueda ser protegido por el Estado.
Pero hay algo más que la sostiene, algo quizá más aéreo, esa honradez de los personajes, esos conflictos de tan poca monta, esa insignificancia tan sin tapujos que los hace tan apropiados para una historia que se arrastra como una pitón hacia la lágrima, pero que también arrastra esa autoconvicción en la importancia del trabajo, esa conciencia de que hay que hacer las cosas bien sin importar que las circunstancias no sean favorables, esa dedicación al detalle ya tan dramáticamente escasa en la función pública.
Antes se llamaba profesionalismo. Ahora conmueve.
PupilleDirección: Jeanne Herry.
Con: Élodie Bouchez, Sandrine Kiberlain, Gilles Lellouche, Olivia Côte. 110 minutos.