En momentos de turbulencia social, las emociones desenfrenadas tienden a distorsionar la forma de ver la realidad, y podemos caer en autoflagelaciones perjudiciales a la hora de reparar. Está bien una agenda antiabusos, porque ha habido corrupciones que hay que desterrar y perseguir. Pero... ¡cuidado!, en términos relativos no somos un país corrupto: ocupamos el lugar 27 de 168 países; somos los menos corruptos de Latinoamérica junto con Uruguay, y menos que Portugal, Israel, España, Italia y Hungría.
Hay dos grandes niveles morales. La moral convencional, que se cumple porque existe consenso en que se debe respetar la ley. Y la moral posconvencional, que es más abstracta y cuyo acento está puesto en el contrato social, el respeto a los derechos individuales y los principios universales.
Cuando se transgrede la moral convencional, se transgrede la ley, hay corrupción e implica un castigo penal. Cuando se transgrede la moral posconvencional, no hay castigo penal, es más difícil de detectar y, en tal caso, decimos que hay una falta ética y que el sujeto no tiene altura moral.
En la sociedad de la escasez, por cientos de miles de años, lo más grave era la corrupción. Pero en la sociedad de la abundancia, la complejidad y el cambio permanente, a la larga lo que produce más daño es la falta de altura moral de sus líderes y grupos de trabajo. Si no subimos esa vara, permanecerán la corrupción, los abusos y las desconfianzas.
Centrarse en la corrupción y denunciarla de manera generalizada puede ser una forma de evadir el problema que realmente nos aqueja. Sindicar a los políticos, empresarios, fuerzas armadas y de orden, obispos y jueces, de ser una manga de abusadores corruptos, conduce a que estos no se sientan identificados con estas acusaciones, porque efectivamente la mayor parte de ellos no lo son. Como esta acusación no les llega, se consideran moralmente intachables, y no se hacen cargo de su verdadera inmoralidad: su falta de ética. Y es precisamente esta carencia la que está destruyendo nuestro país.
Carencia que se hace más evidente en períodos de crisis como el actual, donde se requiere estar a la altura de la misión, asumir riesgos por el país, muchas veces desmarcándose del grupo y gastando su capital político heroicamente por el bien de la comunidad. Estamos donde estamos porque la mayor parte de los incumbentes se ha mostrado cobarde y ha permanecido parapetado en sus propios intereses, haciendo cálculos mezquinos. Esta crisis, sus causas y consecuencias, no ponen a prueba la incorruptibilidad de nuestros líderes, sino su nivel ético, su generosidad y la valentía con que asumen los riesgos inherentes a su cargo. Esta vez no para obtener ganancias personales, sino para construir un futuro mejor para Chile y su gente.
Ricardo Capponi