Pero en su interior piensan: vigilantes, sí, para no ser sorprendidos por Herodes; atentos sí, para no caer también en la cárcel.
Acuden al carpintero de Nazaret, de parte de Juan: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” (Mateo 11,3). Pasan por el lado del Señor, absortos en sus problemas reales, en sus desafíos de supervivencia. Pasan con rapidez, esquivando a la gente que rodea a Jesús; quieren resolver esa duda y así concentrase de verdad en sus desafíos más apremiantes.
Pero Jesús les responde: “Vayan a anunciar a Juan lo que están viendo y oyendo” (Mateo 11,4).
En realidad, Cristo les viene a decir: abran sus ojos, vean, salgan de sí mismos. Esos hombres con los que se cruzaron, antes estaban ciegos; esos cojos, ese otro leproso ahora están limpios (Mateo 11,5). Pero estos discípulos de Juan no los vieron.
Hace unas semanas me encontraba buscando soluciones a cuestiones de seguridad de mi parroquia: ¿qué hago si hay una emergencia?, ¿tengo un lugar seguro para el Santísimo?,¿o para proteger los libros de sacramentos, los cálices, los copones, etc.? Una señora, al ver mi cara de preocupación, me preguntó: ¿Sabe usted Padre, dónde crecen las plantas más bonitas?... Puse mi mejor cara, pero no atiné a responder. Entonces ella lo hizo: “en las aguas podridas y estancadas.”
¡Cuánto cuesta ver! La tentación es solo quedarse con el mal olor, la suciedad del lugar, o los mosquitos, mientras la flor que hay en ese estanque pasa desapercibida. Quise reconocer lo que había visto y oído en mi parroquia esas semanas, y empecé a escribir en una hoja:
Ese sábado en la mañana había bautizado a nueve niños y en la tarde celebrado un matrimonio –regularización– que había incluido el bautizo de sus dos hijos, es decir, la conversión completa de una familia. Y yo no lo veía.
En el grupo de confirmación de adultos estaba Pedro Abraham, de padres evangélicos, había hecho su profesión de Fe una semana antes, y se confirmaba con otro que ingresaba a la ¿Orden Benedictina? los Benedictinos en pocas semanas. Y yo no lo veía.
Recordé con gran alegría que en la comida con algunos universitarios, Andrés nos contó que le habían llamado del Seminario porque estaba aceptado. Y yo no lo veía.
Reparé en esa chiquilla que se está formando con un grupo on line y me espera después de Misa porque quiere confesarse, y me pregunta si puedo acompañarla en su vida cristiana. Y yo no lo veía.
Luego me llama Patricio, un estudiante universitario que me da la posibilidad de visitar un colegio industrial cerca de la parroquia. Y el director, a la primera, acepta ofrecer a sus alumnos un taller sobre los sacramentos en marzo próximo. Y yo no lo veía.
Esa puerta blindada que coticé para la sacristía y que su dueño me rebajó en un 50% sin que se lo pidiera. Y yo no lo veía.
Y a todo eso se suma que en octubre y noviembre estaba previsto en la parroquia una misión eucarística para ver si el Señor quería quedarse en una capilla de adoración perpetua. Y en dos semanas se habían inscrito casi trescientas personas. Y yo no lo veía.
Mientras lees este comentario del evangelio, estamos inaugurando la capilla, gracias también a muchas personas y especialmente un constructor que quiso terminarla sin pedir nada a cambio. Y yo no lo veía.
Hoy, Domingo de Gaudete, nos recuerda: “Alégrense siempre en el Señor; les repito, Alégrense. El Señor está cerca” (Filipenses 4, 4-5). Cuando vemos a Cristo que pasa en nuestra vida, recuperamos la alegría, porque vemos con Él toda la realidad. “El amor vence siempre, como Cristo ha vencido… aunque en ocasiones pueda parecernos impotente, Dios siempre puede más” (S. Juan Pablo II en Chile, 1987). Prueba y verás.
“Jesús les respondió: Vayan a anunciar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados. ¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!”.
(Mateo 11, 4-6)