Tranquilidad. El urbanismo feminista no pretende derribar estructuras para imponer una nueva visión de dominación dialéctica y enviar a los hombres castrados al rincón más oscuro de la cocina. Incorporar enfoque de género a las políticas urbanas no es otra cosa que sumar para enriquecer. Mejorar una forma de hacer ciudad que nos parece, al menos, miope frente a las necesidades sociales que amplifica el género; porque ser pobre y encima mujer, es peor que ser solo pobre. Para derribar miedos, los invito a considerar tres conceptos de una ciudad pensada en clave feminista, que nos beneficiarían a todos y todas.
Primero, la ciudad feminista es segura. El discurso que más aglutina hoy a las mujeres es la violencia sexual, porque nos ha golpeado, nos amedrenta y nos puede matar a todas. Queremos, antes que nada, una ciudad que permita a las niñas y las mujeres caminar en libertad, como lo hacen los hombres. Una seguridad que se apoya en dispositivos físicos –lugares iluminados, calles activas vigiladas por los vecinos–, pero, por sobre todo, en una cultura del respeto. Y, vamos: que la moderación de las pulsiones sexuales en público es un asunto de convivencia mínimo; tan antiguo como la invención del taparrabos cuando andábamos todos con las nalgas al aire. Se puede.
Segundo, la ciudad feminista es participativa. Creemos que las estructuras centralizadas y verticales no permiten escuchar todas las voces que están viviendo y pensando el espacio. Las mujeres participamos más que los hombres en las organizaciones barriales, los comités de vivienda, hasta en las reuniones de copropietarios. Las mujeres hacemos micropolítica territorial inclusiva, bien conversada y colaborativa. Creemos que darle poder de acción a esa estructura ciudadana es darle sustentabilidad a la política territorial.
Tercero, la ciudad feminista es amorosa. Creemos que pensar la ciudad exclusivamente desde la eficiencia de la producción y la competencia deja a muchos afuera. Las necesidades diferentes de las mujeres se explican también por las labores del cuidado. Por lo general, y especialmente en Latinoamérica, somos las mujeres las que cargamos con hijos, abuelos y enfermos. Los espacios que nos dificultan estas tareas –por carencia de equipamiento o traslados hostiles– atentan contra nuestras libertades. La ciudad feminista es un territorio pensado desde el amor, poniendo la prioridad en proyectar hacia lo público la armonía del mundo doméstico. Un territorio en el que los más débiles también son acogidos.