Finalmente en Quilín borraron con el codo lo que escribieron con la mano. En una de las volteretas más impresentables de que se tenga recuerdo, se “enmendaron” los “errores” cometidos y de los que muy pronto ya estaban arrepentidos. Wanderers consiguió lo que quería legítimamente y, de pasada, también una tajada más generosa. Y aunque van a comer más de la misma torta, pronto todo quedará como hasta ahora, que es el sueño de la mayoría.
Lo importante es que, en esta pasada, fue muy evidente el fin último de los clubes y lo muy fácil que resulta hoy ser presidente, con la marraqueta asegurada. La tarea ahora será reparar el inmenso daño causado, avanzar en garantizar la seguridad rascándose con uñas propias y devolverle la jerarquía al campeonato en un año en que todo el mundo, a coro, advierte de las vacas flacas, como si no hubieran hecho nada para espantar a la clientela.
Apenas bajaron la cortina, volvimos a lo mismo. La Universidad Católica tropezó de nuevo con la misma piedra y perdió a su técnico campeón al embrujo de la billetera y no necesariamente del proyecto deportivo, lo que obliga a replantearse a los cruzados, incapaces de seducir al propio entrenador de las virtudes de un proyecto que siempre se queda corto en la escala internacional. Gustavo Quinteros aprovechó la oferta de Xolos, donde —al igual que a Beñat— le harán provecho los cheques, pero no la apuesta por el futuro.
Mientras la Universidad de Chile vuelve a contradecirse en su filosofía directiva, el alivio se apodera de su hinchada, aunque la partida de Johnny Herrera y los reproches de Palestino por la contratación del venezolano Del Pino Mago ratifican que en esa directiva siempre le encuentran el cuesco a la breva. O sea, siempre están, y para mal, en el ojo del huracán. Se van a tener que apurar si quieren quedarse con el premio copero, porque los plazos corren en su contra para armar un plantel más digno que el de este año.
Finalmente, en Colo Colo hay algo que no cuadra. La intención de repatriar a Matías Fernández en un poco más de lo mismo que hemos vivido en las últimas temporadas. Un jugador con mucha historia y poco presente que viene a nutrir un espacio donde parece haber otras soluciones. El plantel no se rejuvenece y la dinámica que era el sello de Mario Salas se posterga en pos de otra leyenda que vivirá sus últimos partidos en la tienda, siendo muy difícil colgarle el cartel de la despedida. Hay un convencimiento en esa reiteración, y sería bueno que alguien la explicara. Ojala Mario Salas, claro.
El 2020 volverá a ser año de selección. Hay ocho partidos clasificatorios y una extenuante Copa América, además de un preolímpico. Sería bueno que entre tanta brutalidad ideada en las últimas semanas alguien se sentara a ver el calendario. El ideal sería que don Reinaldo presentara algún proyecto, partiendo desde enero, pero quizás eso es mucho pedir.