La Frontera, de Don Winslow, completa la trilogía iniciada hace veinte años con
El poder del perro, libro al que siguió
El Cártel y que finaliza ahora con esta narración, una de las más ambiciosas, exhaustivas, abarcadoras y totalizantes que se han escrito sobre el tema de la droga, un tópico que Winslow domina y conoce hasta en sus mínimos detalles. Y, dado que lleva a cabo esta pelea contra viento y marea por décadas, está al día en todos los ámbitos donde circula el veneno que está destruyendo a su país y, en gran medida, al resto del mundo.
La Frontera ha sido calificada por la crítica estadounidense como la mejor novela de policías de todos los tiempos y nadie menos que James Ellroy dijo de ella que era
Guerra y Paz de las guerras contra el narcotráfico, una comparación que dista de ser exagerada frente a la enorme dimensión de este texto, que la acerca a la obra maestra de Tolstoi. Enorme por su inusual extensión, pero también por los escenarios que abarca, la cantidad de personajes que contiene y, hay que decirlo, por su valor literario y, sobre todo, político, algo rarísimo en el medio literario en el que se mueve Winslow, comprometido en el experimentalismo y las fórmulas teóricas desecadas. Por último, pocos títulos tan atrapantes, absorbentes, que apenas dejan respirar, se han concebido en fechas recientes, de forma que cualquier lector quedará choqueado y aliviado al llegar a las últimos capítulos de este mamut novelístico. Por algo, desde comienzos de 2019, cuando
La Frontera se publicó, hasta el presente, el volumen lleva varias ediciones en diversos idiomas.
Reseñar un título de casi mil páginas en este espacio es desde luego una tarea imposible. De modo que señalaremos los aspectos centrales que hacen de
La Frontera una ficción inolvidable. Art Keller, protagonista de cada ejemplar previo, está a cargo de la DEA, el organismo que controla el flujo de narcóticos desde Washington. Ha sido nombrado en su puesto por Barack Obama, lo que no obsta para que, desde el principio, se rodee de enemigos y pueda sincerarse con muy pocas personas, entre ellas Hugo Hidalgo, un hombre a toda prueba. Le acompañan su mujer, Marisol Cisneros, eminente doctora mexicana; Althea, su excónyuge; Ana, periodista insobornable, y todo el equipo de infiltrados, encabezados por Bobby Cirello, que se ganan la confianza de los capos mafiosos con el objeto de desbaratar un inmenso cargamento de heroína que será desembarcado en Nueva York. Art tiene los días contados en la DEA, ya que vienen las próximas elecciones presidenciales y por más que nadie crea en la posibilidad de que sea elegido Trump, ya sabemos que sí lo fue y cuáles han sido las consecuencias de su mandato. De manera que la trama se desarrolla, por una parte, en los más altos escalafones del poder, revelando la corrupción rampante y el cinismo sin paliativos de los actuales gobernantes.
Sin embargo,
La Frontera destina mucho menos espacio a los grandes consorcios y centros directivos de la nación más rica del orbe. Desde los basurales de Guatemala, donde subsisten niños que pronto serán miembros de las maras, hasta la laberíntica red de los líderes en el comercio de estupefacientes,
La Frontera es una intriga violenta, sin tregua, un crescendo de acción e incertidumbre. Porque los conglomerados que fabrican y distribuyen cocaína, metanfetaminas, fentanilo y otras delicias se hallan divididos y bregan sin cuartel para aniquilarse entre ellos. Y surgen las cabezas pensantes, los sicarios, los sirvientes menores y mayores que asesinan al por mayor. Entre esta plétora de criminales destacan Elena Sánchez; Belinda Vatas, psicópata especialista en torturas indescriptibles; Eddie Ruiz, Iván Esparza y, sobre todo, Rafael Caro, quien desde la cárcel conduce el tinglado que terminará con decenas de miles de vidas humanas. Y reaparecen viejos amigos de episodios anteriores: la deslumbrante Nora Hayden y su pareja, el mercenario Sean Callan, otra vez envueltos en tratativas para sobrevivir.
Con todo,
La Frontera no es ni pretende ser un relato de tesis, donde los buenos y los malos se hallan claramente definidos. Quien más, quien menos, participa en el conflicto bélico más largo que ha experimentado Norteamérica, una batalla que lleva cincuenta años y que se encuentra de antemano perdida. Y esto se debe, por descontado, a que los principales consumidores de sustancias ilícitas del planeta son ciudadanos del gran país del norte. Así, estamos frente a un cuadro apocalíptico que, al parecer, continuará
per secula seculorum.