Escribiendo acerca de la vida de los perros, el novelista checo Milan Kundera decía que, tal como el resto de los animales, estos en realidad nunca abandonaron el Paraíso. Así, sus vidas seguirían un trayecto circular, ligado a sus comidas, actividades y, sobre todo, a la voluntad de sus dueños. Cada día, el mundo se despliega ante ellos como si fuese la primera vez, el alfa y el omega de su existencia determinados por su galleta o su pelota favoritas. Pero, ¿y si no hay amos de por medio? ¿Si en lugar de eso, hay total libertad?
La pregunta es la columna que —en principio— sostiene el relato de “Los Reyes”, el nuevo documental de Bettina Perut e Iván Osnovikoff, acerca de las correrías de Fútbol y Chola, dos quiltros avecindados al costado de una pista de skate del Parque de los Reyes, la más antigua de Santiago, ubicada en la ribera sur del Mapocho. Habitantes de un par de casuchas, presuntamente puestas por los vecinos del lugar, los perros efectivamente se comportan como los monarcas de un reino: pasean por sus límites, reciben “visitantes” y corretean a “indeseables”; se alimentan, juegan y duermen cuando les place. Están allí al amanecer y cada tarde ven ponerse el sol; en cada estación, en cada año. Eso sí, por favor no confundirlos con “La Dama y el Vagabundo” o cualquier mascota marketeada por Disney, parecen decir los cineastas: humanizarlos, al estilo de los héroes caninos de “Volviendo a casa” o “El placer de estar contigo”, solo es desnaturalizarlos.
Sobre todo porque, para entonces, la película misma ya se ha hecho cargo de los humanos que circulan en este ecosistema: un grupo de skaters que usan la pista para sus proezas, pero también como cuartel general, sala de reuniones, casa postiza y refugio del exterior. La cámara no filma sus caras ni los individualiza. No hace falta: a medida que la película avanza, se nos hacen familiares el ruido de sus tablas en movimiento y también sus voces, enfrascadas en conversaciones igual de circulares y recurrentes que los días de Fútbol y Chola. Los jóvenes de la pista agotan tópicos adolescentes, como salir del colegio, pelearse con los viejos, engancharse con fulano o fulana; pero también se habla de violencia, de tráfico, de “hacer” plata para ganar más y más plata, de salir de este lugar para no volver. Los diálogos de estos chicos y chicas se prolongan sin parar, mientras los perros retozan, se rascan la espalda y van tras la pelota de turno, gozando de su pequeño mundo con una amplitud que la pandilla, atrapada entre sus querellas y quimeras, no alcanza realmente a percibir.
La pregunta cae de cajón: ¿quién es más libre? Pero, en vez de enredarse contestando, los cineastas van más allá todavía sugiriendo que, en la misma medida que los reyes perrunos se vuelven increíblemente notorios a nuestros ojos —porque nos resultan bellos, alegres, apasionantes—, estos otros habitantes del parque nos parecen insondables y ajenos. Invisibles. Criaturas engendradas por el sistema y, al mismo tiempo, relegadas a sus márgenes.
En una temporada de aguda crisis social, de la que películas como “Araña” y “Ema” funcionaron tanto en términos de diagnóstico como de directa anticipación, me cuesta pensar en un filme más certero que “Los Reyes” a la hora de ofrecer un retrato de personas, entornos y un modelo puestos bajo extrema presión; mientras que en sus dominios —en el Paraíso, por decirlo así— Fútbol y Chola corren por el prado, emperadores del día y la noche, la vida y la muerte; encarnando, viviendo aquí y ahora, esa libertad que se nos escapa sin cesar.