Yo, Giorgio, y yo, Gabriel; pecadores ambos.
Confesamos ante la memoria de Fidel, del Che y de Chávez, que hemos pecado mucho, de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Por nuestra, por nuestra culpa, por nuestra gran culpa.
A ti, oh Calle todopoderosa, te pedimos que vuelvas hacia nosotros tus ojos misericordiosos. A ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas que es el Congreso. A ti llamamos los desterrados hijos de Evo.
Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Calle; te imploramos que escuches nuestra súplica y atiendas nuestras razones. Con humildad las exponemos.
En un instante de confusión, nos pareció que paralizar o interrumpir algún servicio público de primera necesidad, como el funcionamiento de un hospital, o el tránsito de un carro de bomberos estaba mal.
Creímos que ejecutar actos de violencia peligrosos para la vida o la integridad física de las personas mediante lanzamiento de elementos contundentes o punzantes estaba mal.
Pensamos que destruir en todo o en parte relevante una vivienda, un establecimiento comercial o industrial, una oficina pública o privada, vehículos, iglesias o sedes de partidos políticos estaba mal.
Nos dejamos llevar por la creencia de que hacer barricadas incendiando objetos o utilizando otros métodos para impedir la libre circulación de vehículos o personas estaba mal.
Supusimos que realizar saqueos aprovechando momentos de alteración del orden público estaba mal.
Se nos pasó irreflexivamente por la cabeza que usurpar bienes inmuebles de carácter industrial, comercial o agrícola, públicos o privados, estaba mal.
Por eso, oh Calle, votamos a favor de los proyectos de ley emanados del “Acuerdo por la Paz” que firmaron casi todos los partidos políticos del país.
Pero gracias a ti, oh Santa Calle, y especialmente gracias a tus enviados, que nos insultaron con dureza y amenazaron por las redes sociales, entramos en razón y comprendimos nuestro error.
Gracias dulce y misericordiosa Calle por hacer que tu primera sacerdotisa, Pamela, nuestra colega y amiga, fuese la primera en levantar la voz con fuerza para liberarnos del hechizo.
Santa Calle, ruega por nosotros, Giorgio y Gabriel, para que nos hagamos dignos de alcanzar las promesas que nos has hecho, de poder seguir ejerciendo nuestros cargos, de percibir nuestras dietas y de poder salir por las noches a beber una michelada a un bar en la comuna de la santísima Providencia sin miedo a que una turba nos dé una pateadura de aquellas, o nos lance una molotov, o nos hagan bailar bajándonos del auto, o grafiteen nuestros nombres con obcenidades en los muros, o nos manden anónimos con la dirección de nuestra casa o la de nuestros parientes.
Te lo pedimos a ti, Calle omnipontente, por El Siglo de los siglos.
En el nombre de la Calle y de la Calle y de la Calle, amén.