Advirtamos que la mayoría silenciosa está dormida por una razón natural que merece respeto. Lo que fue una multitud callada y decisiva durante la segunda mitad del siglo XX, ahora no es más que bisutería en la cúpula celestial, es decir, la mayoría silenciosa reposa en el horizonte del sueño eterno.
Todavía adorna los discursos de algún político nostálgico y evocador, pero en la realidad del siglo XXI dejó de existir; algunos partieron y el resto está con el equipaje empacado y listo. Esa es la verdad.
Es probable que durante lo que queda del año y en los primeros meses del 2020, el concepto sea revivido con respiración artificial por esos columnistas y lectores que a velocidad de crucero se aproximan a la meta final, chilenos en la categoría del carcamal, que de niños leían a
Popeye, el marino, y soñaban a escondidas con la pequeña Lulú y una casa en el árbol.
Las vueltas de la historia, que suelen ser incomprensibles e incluso crueles, transformaron a los descendientes de la mayoría silenciosa, primero a los hijos e hijas, y luego a los nietos y nietas.
Los descendientes le hacen tanto a las marchas pacíficas como al
sushi y es compatible la inagotable sed de justicia con el gusto por la cerveza cara y artesanal.
Se puede pujar por la anarquía desde el yoga y luchar por una nueva Constitución mientras se consume desayuno en cama con zumo de mandarina. Y un plasma HD con fútbol europeo es compatible con la incansable búsqueda de la igualdad nacional.
En otras palabras y para resumirlo en una frase: la vida es distinta. Tanto los principios, como el medio y el final.
Ya no son los tiempos de esa mayoría silenciosa cuyo inconsciente colectivo estaba alumbrado por una frase mágica: “Al toque del gong, sírvanse conectar”.
Ante la llamarada y voz de alarma, se levantaba desde un mundo fantástico con miles de espectros moderados, zombis mesurados, legiones de gente equilibrada y ejércitos serenos que aprecian el orden y la patria.
La mayoría silenciosa soñaba con una suerte de muralla china impenetrable, confortable y segura. Sus descendientes, en cambio, creen en la tele y especialmente en esas series con dragones que destruyen imperios.
Usted les quiere traspasar su valiosa experiencia y por eso la canción titulada “Es que yo viví la UP, el golpe, la dictadura, el plebiscito del 88 y la transición”, pues bien, para decirlo con palabras arcaicas: a ellas les importa un pepino y a ellos un pucho. Hablo con los términos de la mayoría silenciosa, donde la verdad es la siguiente: sus descendientes no quieren enfermarse ni apestarse con lo que usted vivió.
Creen que usted pertenece a una época que ya se extinguió, pero por alguna razón aún no se da cuenta, y hay varias alternativas: mentalidad, tozudez, colesterol, ideología, vejez.
Creen cada vez menos en las clases sociales y en esas barreras invisibles que usted siempre supo que existían y que nunca traspasó, ni para arriba ni para abajo.
Creen cada vez menos en lo que usted creía.
Y lo que es el colmo: creen que pueden ser felices.