A partir de los episodios de pérdida de memoria de su madre, que se desmaya y pierde los recuerdos en esos breves instantes en que su cuerpo deja de responder a sus órdenes, Nona Fernández construye un ensayo tan personal como sus últimas novelas. Una obra construida desde su experiencia, que apunta —también como otras anteriores, pero de manera más explícita— a la necesidad de la memoria, a su fragilidad, a la importancia de los recuerdos como los hitos que dan forma a las identidades personales y sociales. La imagen de las neuronas que danzan y se reagrupan en una pantalla conectada al cerebro de su madre la lleva a las estrellas. “Lo que observo —dice la autora— evoca un paisaje astral. Dicen los científicos que en el cerebro humano hay más sinapsis que estrellas observables en nuestra galaxia, que son 200 mil millones”. Y en el viaje hacia ellas, Nona Fernández enlaza la memoria —ese campo de estrellas que titilan y bailan— con la más antigua historia de la humanidad, con las preguntas fundamentales que nuestros antepasados dirigían a los cielos: “¿Quiénes somos?, ¿a dónde vamos?, ¿de dónde venimos?”, y también con el firmamento como un espacio del recuerdo, un memorial cósmico, cuando se pone en contacto con la iniciativa de renombrar un grupo de 26 estrellas como la “Constelación de los caídos”, en homenaje a los 26 asesinados en Calama por la Caravana de la Muerte.
Así, nuevamente, Nona Fernández hila en una historia, en este caso un ensayo, las distintas madejas que tejen las moiras. La apelación al mito se debe a que la autora lo hace cuando describe algunas constelaciones y cómo sus nombres se deben a hechos mitológicos, a las historias de Zeus, Afrodit y Hércules. Aunque la astrología no tiene estatuto científico, esas narraciones tan profundamente ancladas en la historia de la humanidad tienen el valor de traer a primer plano los heroísmos, los amores, las lealtades y las miserias, y de este modo Fernández continúa en la rueca y el tapiz que emerge de ella nos devuelve a nuestros dolores y deudas. Ese cielo privilegiado para la observación astronómica, donde, según le contaban de niña, vivía gente pequeñita que mandaba señales diciendo “¡Hola! ¡Estamos aquí!”, fue también mudo testigo de episodios traumáticos que la memoria colectiva no puede dejar que se sumerjan en el olvido. Y todo ello entretejido con su historia, con la de su madre, con esa recuperación de momentos que alimentan la vida y construyen la identidad.
Nona Fernández
Literatura Random House, Santiago, 2019. 180 páginas.