¿Es una mala educación? ¿Es inadecuado? ¿Es peligroso? ¡Ninguna de las opciones anteriores es correcta! Es normal, bueno y necesario. Para algunos, discrepar es la antesala de una pelea. Para otros, es una curiosidad que los acerca al interlocutor para conocerlo mejor; para los más audaces, una manera de conocer el mundo.
Para muchos, es parte de la vida. Ayuda pensar cómo sería nuestra vida si todos estuviéramos de acuerdo. Y basta imaginarse ese mundo que es en apariencia pacífico, pero uniforme, sin curvas, sin sorpresas, sin poder ser gladiadores imaginarios.
La capacidad de discrepar es una forma de confianza en uno mismo. Puedo ser quien soy sin pedir perdón. Puedo ser quien soy sin perder a un amigo. Puedo ser quien soy y ser querido y apreciado.
¿Cómo vencer el miedo que nos da nuestra ignorancia, nuestra originalidad que puede hacernos raros, distintos?
Nuestro querido país ha avanzado mucho en términos de tolerancia. Cada vez es menos frecuente que la gente se enoje porque el o los otros piensan distinto.
¿Qué distingue una conversación fructífera de un guion predecible o de un esfuerzo de los comensales por pertenecer más que por conocer? Dos cosas sencillas: la capacidad de hacer preguntas y la capacidad de no confundir curiosidad con ignorancia. La riqueza de la vida social está en la posibilidad de compartir, de escuchar a los que piensan distinto. Sin miedo de mostrar los sentimientos que algunas opiniones ajenas nos producen.
Es tan distinto decir “Yo no acepto lo que tú piensas, me parece escandaloso, aberrante, inadecuado” que afirmar “No comparto nada de lo que has planteado. Por lo mismo, me da curiosidad que hayas llegado a pensar así. Capaz, si me explicas, podría entenderlo, aunque nunca compartirlo”.
El interlocutor no siente que tiene un enemigo delante, sino alguien que tiene curiosidad. Y la posibilidad de que esa discusión termine en pelea es ínfima. Si nos da mucha rabia el pensamiento de otro, pensemos si tal vez nos da miedo. Discrepar sin miedo es un lindo ejercicio, una aventura, una posibilidad de abrir nuestro propio mundo a otros aires, a otras tierras, a otros vientos, a nuevos sueños. De verdad. No es poesía. Es así cuando es genuino.
Si queremos desarrollar una cierta originalidad, una forma de ser genuina, si queremos gozar la diversidad del ser humano, discrepemos sin miedo.