Hemos sido notificados que un puñado de barristas pueden detener la industria, por los motivos que se le antojen. Esta vez han sido los de Colo Colo (¿ha escuchado a alguien de ese club condenando severamente los hechos?), pero mañana puede ser cualquiera. Los de Wanderers, por ejemplo, que amenazaron primero para no reanudar el campeonato y ahora porque la suspensión los perjudicó.
Nos damos por notificados también de algo que ya sabíamos, pero que jamás fue tan claro: esta industria, como ninguna otra, depende de la fuerza policial y política para su funcionamiento. No hay, ni habrá en el corto plazo, posibilidad de custodiar el espectáculo si no es con el apoyo de las fuerzas especiales. Autonomía e independencia cero. Y como además los Carabineros han sido incapaces de desarticular los núcleos duros de los barristas, basta con una amenaza certera para que los futbolistas se sientan en peligro y propicien la detención de la actividad. Y como el Sindicato responde al principio universal, basta que sea uno para que se detengan todos.
Hemos vuelto a ratificar, por lo demás, que al Consejo de Presidentes lo mueve una sola y exclusiva motivación: mantener 32 equipos. Y que la distribución de los dineros no se modifique bajo ninguna circunstancia y, obviamente, no repartir la tajada de cada uno, aunque en alguna circunstancia extraordinaria podría ser la manera más lógica y razonable de hacer justicia. No discutamos de otra cosa que no sea esa, y mucho menos si se trata de legitimar deportivamente las decisiones tomadas.
Certificamos también que la trascendencia importa muy poco. 2019 será el primer año en que un certamen no culmina en Chile (donde han pasado cosas terribles en el pasado) y que esa suspensión fue avalada y aplaudida por la inmensa mayoría de las sociedades anónimas, a las que únicamente le importa el cheque de cada mes, porque cerraron al unísono las divisiones menores, el fútbol femenino y todo lo que pudiera bajar la cortina.
Hemos sido notificados también del reinicio de las labores en enero, sin que nos hayan explicado de qué manera se evitará que la situación vuelva a producirse. No hubo ni una sola medida que permitiera ilusionarse con un futuro más seguro o que desarticulase las razones que llevaron al problema. Dejaron, de esta manera, todo lo que pasó en el 2019 como una mera anécdota, que ningún especialista fue capaz de explicar razonablemente, sencillamente porque la opinión del hincha, el que verdaderamente importa, otra vez fue ignorada.
En suma, hemos sido formal y oficialmente notificados de que todo vale un rábano y que la incapacidad para controlar los riesgos es escasa, por no decir nula. En el futuro —el incierto futuro— bien vale tenerlo en cuenta.