Pero estar preparados no solo implica una vida animada por el Evangelio, sino además una ‘sed' de Dios y de su justicia; un ‘jugarse' para que lo que se ‘espera' se transforme en una realidad. Porque creemos en la promesa, nos ‘movemos' hacia la Tierra Prometida sabiendo que la esperanza cristiana no es vaga e ilusoria, sino cierta y fiable, porque está ‘anclada' en Cristo, concreción viva de esa promesa.
En el Chile de hoy compartimos grandes esperanzas: que cese la violencia y que venga la paz; que haya más justicia y terminen los abusos; que exista mas integración y dejemos atrás toda forma de discriminación; que crezca el diálogo y desaparezca la confrontación; que venzamos el materialismo odioso y crezca la sencillez amable que nos acerca a todos. En último término, tenemos esperanza de que venga un tiempo nuevo en que todos crezcamos en respeto, en justicia, en paz y en alegría.
Sin embargo, para hacer vida estas esperanzas debemos partir por nosotros mismos, poniéndonos en ‘camino' para que se empiece a fraguar el futuro que queremos para Chile y volvamos al “centro” que, claramente, la violencia nos ha hecho perder.
Me atrevo a proponer una acción concreta que puede ayudar a ‘centrarnos': cultivemos la sobriedad en la vida diaria, en los regalos de Navidad, en la organización de las fiestas que vienen. ¡Necesitamos con urgencia recuperar la sencillez y la austeridad del Evangelio! Marquemos un punto de inflexión dejando atrás el materialismo opulento, instalado en nuestras vidas, en los trabajos y en tantos ambientes. Será noticia de esperanza que los cristianos hagamos una opción por la sencillez. El problema no reside en ser pobre o ser rico, el problema es que se nos confunde lo central con lo accesorio. En pocas palabras, en medio de la grave crisis social, surge la esperanza de que podamos tomar conciencia de que así como la opulencia y la vida fastuosa son un modo de violencia especialmente contra los más pobres, la sencillez y la austeridad evangélicas son signos auténticos de la cercanía de Dios, y un potente estímulo para la fraternidad humana.
Miremos este Adviento como una provocación a la ‘buena poda'… a ‘cortar' lo superfluo, lo excesivo, los lujos, a develar en su absurdo tantas necesidades innecesarias que hoy nos esclavizan para poner la mirada y el corazón en lo fundamental que ocurre, no en la fastuosidad lujosa de un palacio, sino en la humilde pesebrera de Belén.
Si nosotros manifestamos en gestos y en palabras que algo cambió, que hemos acogido el mensaje que se esconde detrás de la turbulencia de este tiempo, estaremos dando cuenta de que la esperanza que nos mueve no es una ideología ni una propuesta desencarnada, sino que es la vitalidad amable de una fe que toca la vida y la impulsa hacia la eternidad.
Así, sin temor a equivocarme, me atrevo a afirmar que viviendo la sencillez auténtica del Evangelio, seremos esperanza para quienes la opulencia y el lujo marginan.
Comencemos este nuevo Adviento —tiempo que nos regala el Señor del tiempo— despertando en nuestros corazones la expectación por la espera del Dios que viene y la esperanza cierta de que venga su reino de justicia y de paz.
¡Feliz Adviento!
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre.»”(Lc. 21, 34-36)