¿Sabía, Madame, por qué los pájaros vuelan enormes distancias con tanta gracia? Piense Ud. que esos pajaritos diminutos que no diremos que corren, sino que ruedan a gran velocidad por las playas donde rompe la ola, vienen a veranear a nuestras costas volando desde el Ártico, donde habitan el resto del año. Bueno, pues, ¿sabía por qué? Porque hasta los huesos los tienen livianos, como de plumavit. Remontarse en el límpido aire marino no les requiere casi esfuerzo (a diferencia del cóndor, nuestro feo buitre). Pero cuesta imaginárselo: ¡huesos sin médula, sin sabrosura, sin enjundia!
El problema con Ud., Madame, no es su carácter, que es tan sumamente simpático, ni su complexión (como dicen en las novelas rosas). No: su problema es netamente tragacional. O, si quiere decirlo con finura, matematicológico: es más la cantidad que entra que la que sale. Más que nutrióloga, necesita Ud. un contador. Más que una romana, una regla de cálculo. Y olvidarse de las mil dietas de que le hablan en las revistas y en la consulta. Hay una sola regla efectiva, que nos enseñó nuestra abuela desde que éramos penecos: “De todo, un poco; de nada, mucho”. Regla aplicable a todos los ámbitos (todos) de la humana existencia.
Pero, ¿que no ve lo que le pasa con la proximidad del verano, que en vez de estar contenta y feliz empieza con depresiones por este rollo aquí, y aquel colgajo allá? Y cuando termina el veraneo, ¿no le viene la depre porque va a tener que bajar no sé cuántos kilos causados por el traguito, y el aperitivito, y el estar varada en la arena gratinándose como argentina reñaquera?
¡La perpetua insatisfacción, el descontento sin fin, el purgatorio en vida! Pero si empleara el cráneo para algo más útil que para portar el peinado y pensara un poco se daría cuenta de que la solución es fácil. Claro, ella supone, primeramente, que se rinda a la evidencia: ya no tiene quince; en la vida casi todas las cosas pierden turgencia y se desinflan; y aparentar lo que no se es, resulta ser la mayor de las auto-torturas imaginables.
Luego: sensatez. Si ha pasado tres días engullendo bisteques y papas fritas, que el cuarto y el quinto sean de budines de verduras, de pescados (quizá “
au beurre blanc”, que es de los más sano que hay). Y tercero: muévase, trótese, abandone la
chaise-longue donde vive llorando eternamente sus desventuras somáticas.
Y al sexto día, trague lo siguiente.
Bistec con médulaCompre los huesos con médula en carnicería, partidos, para extraerla fácilmente. Córtela en rebanadas de 1,5 cm de grosor. Cuézalas en agua, sin borbotear, hasta que estén transparentes. Resérvelas. Sofría en mantequilla chalotas picadas, agregue vino tinto, sal y tomillo. Reduzca. Fría los bisteques, de 2 cm de espesor, a punto. Sal, pimienta. Cúbralos con la salsita de vino. Ponga encima las rebanadas de médula con sal.