La situación que despliega “La apariencia de la burguesía”, en la que parece resonar fuerte la conmoción que atraviesa Chile (se estrenó el día antes de su estallido), y su cuidada puesta, que termina por sugerir más de lo se oye en escena, despiertan el interés. Cuando menos al comienzo del nuevo trabajo conjunto del autor Luis Barrales y la directora Aliocha de la Sotta —cuya “La mala clase”, de 2009, se convirtió en un hit del teatro para liceanos— que busca darle vigencia a “Los pequeños burgueses”, el hoy rara vez representado debut como dramaturgo del ruso Máximo Gorki, influyente fundador del realismo socialista que ayudó con sus posteriores obras de teatro y narrativas a instaurar el régimen soviético.
Barrales, de sólido prestigio por el abordaje de la problemática social con dura poesía que cultivó en su primera etapa (“Niñas araña”, “H.P. (Hans Pozo)”, “Uñas Sucias”, todas escritas en la década inicial del milenio), reescribe el drama familiar con el que en 1901 Gorki creó el personaje del joven héroe proletario surgido del seno de un hogar reaccionario. Reformula la intriga en la casa de una viuda y sus dos hijos propios y otro adoptado, que comparten el techo con un par de pensionistas. La acción se desarrolla mientras en el exterior hay desórdenes, se supone que en nuestro país en un futuro próximo; una pretensión sin sustento, ya que los apagones evocan más bien las protestas contra Pinochet y se habla del plebiscito del No y de la Concertación.
Igual parece premonitorio. Las dificultades empiezan a raíz de que la versión sintetiza los cuatro actos en solo 65 minutos, y en parte se apega al original. En el sentido de que, como en Gorki, la sustancia dramática y psicológica es mínima pese a que lo escribió siguiendo a Chéjov. Los personajes conversan ya sea de banalidades o debatiendo cuestiones políticas y sociales muy presentes aquí y ahora. Queda claro lo central que es la divergencia intergeneracional sobre visiones de mundo. Pero casi no hay conflicto y los acontecimientos escasean. Los diálogos no llegan a trazar la circunstancia y motivos de cada cual y su interrelación con los otros, y los personajes suelen comentar lo que sucede fuera de escena. Eso se vuelve grave si queremos entender por qué el hijo mayor, quien se autodefine como anarquista, opta por agudizar las contradicciones poniendo una bomba en la vía pública con consecuencias trágicas. Otros eventos —el intento de suicidio, los desencuentros amorosos— se mencionan y a otra cosa. El contexto temporal, ideológico y sociopolítico es siempre inespecífico. Sin carnadura emocional, el desapego de la platea crece.
Al igual que en el texto ruso, su reescritura tiene también un lado didáctico con análisis insurreccional para convencidos. En el tramo inicial hay una extensa disquisición sobre qué es ser burgués y pequeño burgués: ¿A cuántos espectadores les puede afectar ser encasillados en esos conceptos salidos de la teoría marxista siglo y medio atrás, y en desuso hace rato tras el fracaso de los proyectos nacionales inspirados en ella?
El elenco de profesores y egresados de Teatro de la Universidad Finis Terrae cumple con altibajos y un estilo actoral poco homogéneo. La música intenta sugerir una atmósfera de tensión que no está en escena.
Teatro Finis Terrae. Sábado y domingo, a las 18:00 horas. Hasta el 1 de diciembre.