Calle La Concepción con Av. Providencia. 1 p. m. del martes. Estudiantes de un liceo femenino cercano se toman la calle. Carabineros, que miraban a distancia, ahora avanzan para despejar la manifestación. De la nada, unos veinteañeros salen a interceptarlos. La sarta de insultos es irrepetible. Las estudiantes aplauden y la situación se normaliza: la barricada aparece, el carnaval continúa y la congestión aumenta. Los adultos transeúntes miran de reojo evitando interactuar, mientras la policía gana distancia cerca de locales comerciales tapiados con el eslogan “Mata Paco” para evitar peñascazos. La violencia es la nueva normalidad.
Intenso ha sido el frenesí político por pactar una agenda social. Se estima que el costo de la batería de propuestas preacordada sobrepasa los US$ 1.500 millones anuales. Los optimistas creen que con esto se termina la crisis. Los más optimistas creen que el inmenso gasto permanente no tendrá mayor impacto sobre el déficit fiscal. Y los más optimistas todavía creen que la vaguedad en torno a lo que motiva el rápido avance político —¿respuesta a violencia desenfrenada o demanda social calificada?— no incuba un peligroso virus para un país que se encamina a un proceso constituyente.
Es temprano para evaluar el resultado de la táctica, pero se está haciendo tarde para pensar cómo abordar un grave y evidente problema ignorado hoy en el debate nacional. Eso que los gringos llaman “el elefante en la habitación”: la educación de la sociedad. Porque, convengamos, una formación que inculque respeto y fraternidad es el ruego del Chile actual.
La violencia y su entorno han demostrado que los errores en este ámbito han sido enormes. La lista es larga, pero piense, por ejemplo, en la gratuidad universitaria. Ante los miles de millones de dólares “invertidos”, uno esperaría una enérgica demanda de los jóvenes beneficiados exigiendo volver a clases frente a juveniles vándalos que bloquean y destruyen las casas de estudios (asumo que son grupos distintos, pues la alternativa es difícil de tragar). ¿Será que pagar los hacía valorar más lo que significa universidad? Una lástima no haber destinado esos recursos a iniciativas de mayor retorno social.
En los siguientes meses el país definirá un nuevo ordenamiento económico, político y social. ¿Uno para perpetuar el subdesarrollo o dar paso al progreso? Dependerá del actuar de nuestra clase dirigente. Esta debe evitar la tentación de solo traspasar abultadas cuentas a la siguiente generación (alguien las tendrá que pagar). Y es que más que gastar para calmar, el liderazgo debe estar puesto en invertir para remediar: Formación cívica, batalla contra droga y alcohol, reglas de conducta, respeto a la autoridad, disposición a conversar y aprender a solidarizar. Esos deben ser pilares de una educación de calidad. ¿Cómo hacerlo? Con profesores bien formados y mejor pagados que fuercen la participación familiar y no politicen la enseñanza. Esa es la agenda social con potencial de erradicar los eslóganes bestiales, la violencia juvenil, los insultos y agresiones físicas en contra de carabineros, e incluso el abuso policial. Así el Chile de hoy ayudará al de mañana. Esa campaña sí que no puede fallar.