El título Luz en Berlín, última novela de Patricia Cerda (1961) tiene básicamente dos significados: el patronímico de la protagonista, Luz Vidal, y la caída del Muro que dividió por décadas a la capital alemana; es preciso añadir el fermento democrático que se produjo entre los años 1989 y 1993, como consecuencia del colapso de la Unión Soviética y los regímenes comunistas; el turbulento proceso que culminó en la reunificación de Alemania; en fin, la luz como metáfora de esa época que pareció anunciar un nuevo y brillante período en el escenario internacional. Cerda es doctorada en Historia por la Universidad Libre de Berlín, reside en el país germánico desde 1986, o sea, sabe de lo que habla cuando describe los sucesos que ocurren en Luz en Berlín.

Con anterioridad a esta obra, Cerda ha publicado tres libros de calidad que son de tipo histórico: Mestiza, Rugendas y Violeta y Nicanor. Por lo tanto, Luz en Berlín es su primera incursión en lo contemporáneo y el mundo de hoy. El producto definitivo es, en general, bien logrado, y la narración, pese a que aborda hechos archiconocidos, que además han dado origen a diversas ficciones, películas, reportajes o investigaciones, se sigue con interés y posee un factor de singularidad ausente en textos de esta clase: Luz es una chilena de tomo y lomo y su visión se halla presidida por la inherente perspectiva tercermundista de la heroína. De familia modesta, nacida y criada en Concepción, Luz destaca en sus estudios superiores, obtiene una maestría y postula a una beca para proseguir su carrera en una de las instituciones más prestigiosas de Europa. En este punto conviene destacar que Luz en Berlín es una trama autobiográfica, y no solo por estar compuesta en primera persona. Si descartamos algunos elementos ficticios, Patricia Cerda y Luz Vidal se parecen demasiado; sus trayectorias son similares; las vivencias que experimentan deben ser las mismas, en síntesis, estamos frente a un argumento que es, por una parte, testimonio vibrante de un movimiento social y político único, y por la otra, introspección de momentos que cambiaron para siempre el devenir de una nación, un continente y por extensión, el resto del orbe.

Sin embargo, Luz dista de ser el único personaje de esta intriga: desde el comienzo, se ve rodeada por un conjunto de actores que la acompañan en sus correrías y que participan junto a ella, en el desplome de la RDA, sea en forma activa, sea como observadores de la efervescencia que generaron estos acontecimientos. El periodista mexicano Arturo y su mujer, Petra, figuran desde el principio hasta las últimas páginas, cuando Petra abandona a su marido y este se consuela de inmediato con Beatrice; Uwe, pareja de Luz, un teutón machista, prejuiciado, intolerante, que luego se hace humo; Regla, una cubana que ha sido amante de Kleiner, miembro de la policía secreta, y que huye de él para enamorarse perdidamente de Rolf, quien es encarcelado por órdenes del esbirro de la Stasi; Helena, amiga de la infancia que se instala a vivir con Luz para caer bajo el hechizo de Jan, compañero de estudios de su anfitriona. Y sin que esta enumeración sea exhaustiva, aparece la figura de Javier Pinto, exiliado en el sector oriental, quien se convierte en el gran amor de Luz. Erich Honecker, máximo jerarca del sistema totalitario, ocupa un lugar privilegiado en el relato. En el fondo, este volumen consiste en una sucesión de relaciones sentimentales que brotan al compás de las convulsiones externas o como fruto de felices casualidades y todas culminan en finales felices. Por cierto, nada de criticable hay en todo ello, por lo que resulta gratificante que cada uno de los enamorados de Luz en Berlín terminen dichosamente abrazados.

Una parte esencial del tomo está dedicada a los avances de Luz en el aprendizaje del nuevo idioma y en la preparación de su tesis, que, grosso modo, consiste en la influencia del humanismo en la independencia de los países de América del Sur y, en concreto, en el pensamiento de Simón Bolívar y José Martí. Aquí nos sumergimos en un territorio en el que Cerda es experta y el lector común y corriente está en pañales. Entonces, surgen los nombres de Sócrates, Aristóteles, Platón, Kant, Schopenhauer y muchos otros, algunos cercanos, otros remotos. Y en este aspecto, vemos ciertos defectos serios de Luz en Berlín, ya que la autora parece incapaz de resistirse a darnos lecciones de filosofía pueriles o entregarnos reflexiones existenciales trilladas. Con todo, estamos ante un ejemplar culto y ameno, algo raro en estos días.