Todo es muy violento y duro. Nadie quiere ser mensajero del Apocalipsis, pero la sensación que vivimos ayer en La Florida, en un partido de fútbol de Primera División, que casi no tenía público en las tribunas, en un horario inusual, pero aceptado para reiniciar la competencia, es que el Estado sucumbió.
No hay Estado y por momentos creemos que estamos en los dominios del Guasón. Los futbolistas de Unión La Calera y Deportes Iquique fueron víctimas de un acto de violencia inaceptable. El duelo entre cementeros e iquiqueños representaba demasiado y era necesario disponer de los mínimos resguardos policiales por si alguno de los barra brava, que se creen dueños del fútbol, aparecía con la prepotencia, totalitarismo y violencia que nos enseñan hace tres décadas.
Ni siquiera una llamada de la dirigencia de la ANFP, 20 minutos antes de que las hordas de delincuentes irrumpieran en la calle Enrique Olivares, en uno de los estadios que presenta menores complicaciones logísticas para custodiar, sirvió para salvar una jornada que era decisiva y clave. Un par de buses de Fuerzas Especiales de carabineros bastaban para resguardar la zona. Apenas había un pequeño grupo de funcionarios, de los que atienden en las comisarías. Con justa razón, los dirigentes plantearon que el gobierno abandonó al fútbol
En El Salvador sí se jugó, en el agónico triunfo de Cobresal sobre Unión Española, pero la historia estaba sentenciada dos horas antes, cuando los dirigentes del Sindicato de Futbolistas anunciaron que no estaban dispuestos a que sus asociados corrieran riesgos. Nada para discutir. Los jugadores mostraron su cercanía con el movimiento social que irrumpió el 18 de octubre. Tuvieron gestos elocuentes al salir al campo de juego y detuvieron el partido en el minuto 10 para homenajear a las víctimas. Sin embargo, eso no bastaba para los fascistas del tablón.
El problema es que al discurso político y social que plantearon los protagonistas le hace falta una definición. Ellos, con la legitimidad que parecen tener entre los barristas más recalcitrantes e intolerantes, en ningún momento condenaron a los violentos. Sin eufemismos, el tema de fondo es que los jugadores —con justa razón— tienen miedo de las amenazas. El punto entonces es que ellos reconozcan su temor a las barras, que se sienten indefensos e incluso que están dispuestos a paralizar para marcar territorio con los antisociales.
En esta jornada dolorosa, con el fútbol suspendido y la ANFP desalojada por la amenaza de una eventual invasión de un sector de la Garra Blanca, el gobierno tiene una responsabilidad enorme. El intendente metropolitano, Felipe Guevara, anunció que la seguridad estaba garantizada para los actores del fútbol profesional.
La realidad mostró que al menos hubo una negligencia, porque en escasos minutos terminaron con los bandoleros en la calle Enrique Olivares. Relevante mencionar que al llegar al estadio los barristas intentaron robar los celulares de los periodistas que estaban en la puerta del recinto.
Las salidas son escasas y extremas. Jugar sin público y con fuerte resguardo. Todo delirante, pero casi tan lógico como el paisaje de Ciudad Gótica.