Puede que la “Casa de muñecas” con que el Colectivo Zoológico vuelve a la dramaturgia de Henrik Ibsen tras su atractiva versión de “El enemigo del pueblo”, dé a los adeptos de Santiago a Mil un toque de déjà vu. La sexta propuesta de este talentoso grupo surgido en 2012, se despliega con recursos formales que ya aplaudimos en dos obras ofrecidas por el encuentro capitalino: “Kiss and Cry”, ese mismo año, y en 2014 la cautivante “Opening Night”, del brillante director Ivo van Hove.
Por fortuna, pronto eso importa bien poco. Su línea de trabajo coincide con aquellas en la hibridación de los lenguajes de teatro y cine, y si esos fueron sus referentes directos, el montaje los procesa creativamente. Sobre todo, puesto que esos rasgos de estilo se ponen al servicio de una notable reinterpretación contemporánea del texto de Ibsen, clásico fundacional del drama moderno, valorado ahora como manifiesto icónico de la emancipación femenina.
Más que una adaptación, es una reescritura —por Juan Pablo Troncoso, el actor que encarna al esposo—, la cual respetando la idea matriz, la actualiza y sintetiza para refrescar lo mismo que esa obra denunció en 1879 con implacable crítica, pero teñida aquí de un rabioso desencanto y ánimo antisistémico que su autor evitó (y sintoniza con nuestro clima colectivo actual).
Procesado en una residencia artística en el Watermill Center de Bob Wilson, en Nueva York, instala la intriga en el presente reduciéndola a sus cuatro personajes clave, reconocibles como adultos jóvenes de hoy, pero con sus nombres originales. En un espacio que semeja una caja sin puertas ni ventanas y parece más bien un set de rodaje, interaccionan la inestable Nora, con su esposo que la trata como a una muñequita, el amigo en crisis matrimonial de allegado, y el subalterno del marido con el cual ella está en deuda. La obra no solo habla de la agitación interior de una mujer que sabe que vive una vida impuesta, cautiva en un mundo de hombres cada cual buscando sacar provecho de ella, sino que revela una sociedad hipócrita en la que el doble parámetro moral, la corrupción, el maltrato al más débil, el abuso sexual y el dinero como eje de los nexos interpersonales, se institucionalizaron.
Todo ello resuena poderosamente en esta puesta que además agrega una elaborada reflexión sobre la representación y la virtualidad. Como en “Opening Night”, una ambigua experiencia de “teatro dentro del teatro dentro del cine”, nunca sabemos si lo que presenciamos es una verdad escénica o la documentación a la manera de un reality show de los más íntimos conflictos al interior de una familia. Por turnos, los hombres, nunca Nora, manejan la cámara y las imágenes que captan y que se proyectan al fondo. Así la misma situación se duplica con distintos ángulos de visión —la representación en vivo y su registro en pantalla—, y a veces triplica con la ayuda de un gran espejo que aporta su propia contraimagen virtual. También lo que ocurre en escena se aparta de su reflejo en la pantalla. Por otra parte, como en “Kiss and Cry”, la cámara suele registrar ambientes, figuras y otros objetos en miniatura, burlándose de las fantasías kitsch de felicidad hogareña.
La pregunta que queda flotando tras el desplome y el famoso portazo final de Nora, es adónde ella se dirige. Si más allá es posible un mundo distinto y mejor.
Matucana 100. Sábado y domingo, a las 12:30 y a las 17:00 horas. Hasta el 24 de noviembre.