Partió con evasiones masivas por los 30 pesos de alza en el pasaje del metro. Pero luego se dijo que no era por 30 pesos sino por 30 años. Tres décadas en que la clase política no se hizo cargo de los “problemas reales de la gente”. Pero inesperadamente, cuando muchos temían que la crisis duraría meses (como en el caso de los “chalecos amarillos” de Francia), un amplio acuerdo político transversal sellado el día 29 desde el estallido, marcó el comienzo del fin. Escribo esta columna, de hecho, en el día 29. Mañana es el día 30. Y si todas las cosas siguen como hoy –se restableció la paz, subió la bolsa, bajó el dólar, la tv dejó de mostrar puro caos–, en el amanecer del sábado 16 de noviembre se podrá decir que, en efecto, lo peor ya pasó.
Y podremos decir que fuimos testigos de la “Rebelión de Los 30”.
Seremos capaces de mirarla un poco hacia atrás, con una pequeña distancia, y así comenzar a reconocer los sentimientos que nos ha provocado.
Un amigo escribió esto el viernes en uno de mis chats: “Me siento como el padre al que le secuestraron a un hijo; pagó el rescate y hoy está feliz de que se lo devolvieron sano y salvo. Mañana, sin embargo, hay que preocuparse de las secuelas psicológicas, de cómo evitar que ocurra de nuevo, de quiénes fueron los responsables, etc. Hoy disfrutemos, mañana preocupémonos. Me alegro que todos estén bien”.
Hay ahí una dosis de ironía y de dramatismo. Es que así fue la “Rebelión de Los 30”. Mezcló maldad, locura, carnaval, emoción, clamor y rabia. Tragedia y comedia. Y mucha confusión.
Miren esta paradoja. Un grupo de personas trató de convertir la canción ícono de la oposición contra Pinochet, “El derecho de vivir en paz”, en el “himno” del movimiento que partió el 18 de octubre. Pagaron una producción audiovisual de gran factura y reclutaron a varias de las voces top del momento. Pero –usando una analogía ruda– “no prendió”. Es más, yo escuché que gente hastiada de las marchas y la violencia cantaba la canción y usaba el hashtag #elderechodevivirenpaz para cuestionar la permanencia de las movilizaciones. Justo al revés.
En cambio, sin invertir un peso, la canción ochentera “El baile de los que sobran” se transformó en la banda de sonido de la “Rebelión de Los 30”. Tenía sentido, ya que era común observar en las manifestaciones violentas a muchachos con pinta de “Nini”, esos jóvenes descritos por los sociólogos como que “NI estudian NI trabajan”. En Chile hay unos 600 mil.
Y aquí viene el giro bizarro. A varios de los protagonistas del “baile de los que sobran” se les ocurrió un día empezar a bloquear calles y a exigirles a los automovilistas bajar de sus autos y bailar. Si no lo hacían, no los dejaban continuar su camino y muchas veces les dañaban la carrocería.
Esa práctica, de obligar a bailar a alguien como un “peaje” para autorizar el libre tránsito, era usada por los nazis para humillar a los judíos, a quienes relacionaban con algunos de los males del país por el poder financiero que tenían.
No sé si los del “baile de los que sobran” que cortaban calles manejaban ese dato. Tampoco sé si lo sabían los comentaristas de tv que celebraron la “ocurrencia”. Pero no me digan que no es una ironía que los que se quejaban de estar bailando un baile inconducente, marginados de los beneficios del sistema político-económico, obligaban a bailar con ellos a los que supuestamente sí disfrutaban del “modelo”. Es fuerte la imagen.
Menos mal, por muchas razones, que esto se comenzó a calmar.