Aunque nació en Buenos Aires, Manuel Rojas (1896-1973) fue hijo de padres chilenos y por lo tanto, “chileno por derecho propio”, según él mismo nos cuenta en Algo sobre mi experiencia literaria (1962): “A los veintidós años tenía una experiencia vital cuyo recuerdo me sorprende hoy al mirar a los jóvenes que tienen esa misma edad y que parecen no haber empezado a vivir. Conocía un mundo de individuos, había estado preso varias veces y atravesado a pie la cordillera y nadie podía venir a contarme algo que me sorprendiera”. La vida de Rojas, tan agitada y aventurera antes de convertirse en escritor, fue muy difícil y su infancia fue durísima. Huérfano de padre muy temprano, con una madre que lo adoraba pero era muy pobre, el niño apenas pudo ir a una escuela en el barrio de Boedo. Empezó a trabajar desde pequeño y la lectura accidentada y más tarde omnívora, fue su salvación; escribir se convirtió en el objetivo central de su existencia. La obra y la biografía de Rojas se encuentran inextricablemente fundidas. En sus memorias, dedica mucho espacio a narrar fragmentos de sí mismo y ello es natural debido al intenso caudal de su mundo subjetivo. Estos aspectos se hallan presentes en sus Cuentos Completos, que, por primera vez, constituyen la totalidad de su aporte al género breve, en el que descolló tanto como en sus grandes novelas: Lanchas en la bahía, Hijo de ladrón o Punta de rieles.

Ordenados en forma cronológica, con un excelente prólogo de Marcelo Mellado, más un extenso ensayo al final, en el que el propio Rojas nos explica su arte prosístico, estos Cuentos Completos comprenden una cincuentena de relatos, algunos muy conocidos por ser de lectura obligatoria en los colegios —“El vaso de leche”, “La compañera de viaje”, “El hombre de la rosa”—, en tanto otros no se editaban hacía décadas; la gran sorpresa del libro viene bajo el encabezado “Inéditos y dispersos”, con seis historias del eximio narrador.

Y puesto que estamos hablando de disposición temporal, esta espléndida colección comienza con “Laguna”, proveniente de Hombres del sur (1926), un episodio cordillerano que sería un capítulo de Hijo de ladrón, el texto cumbre de Manuel Rojas. Lo más impactante de estas piezas, editadas hace casi un siglo, es que anticipan, de modo vibrante, al Rojas maduro: en títulos como “El bonete maulino” o “El hombre de los ojos azules”, ya se ha renunciado al criollismo, a la preocupación social externa a la acción, al tono declamatorio, a los modismos supuestamente achilenados, a los usos idiomáticos que parecían hechos para estudiantes del folclor. Luego, en su segundo tomo de ficciones cortas, El delincuente (1929), tenemos un estilo por completo propio, original y personalísimo, que le permitió obtener una lectura amena, rápida, inspirada.

En una reseña dominical es del todo imposible detallar las ficciones que forman parte de Cuentos Completos, por lo que resultan forzosas las generalidades. Desde el comienzo de su carrera, Rojas escribe con una rara inteligencia, profunda y alegre, con una comprensión por los seres humanos que sigue siendo el principal atractivo de su corpus. Inteligencia e ingenio no son lo mismo, aun cuando hay abundancia de ambos y eso da lugar al humor, que hace reír y sonreír gracias a un auténtico conocimiento de los seres vivos, un apasionado interés por ellos. A Rojas le bastan un par de líneas para que el universo oculto de un personaje quede al descubierto. Es cierto, como lo señala Mellado, que aquí están presentes los rasgos fundamentales de la narrativa de Rojas, que se mueve desde la montaña hasta el litoral portuario, desde el paisaje rural hasta el inframundo de la gran ciudad. Pero también tenemos a numerosos actores que poblarán su producción: el hampa, con vagabundos de distintas nacionalidades y forajidos de todas las especies que habitan, por lo general, en cárceles y comisarías, si es que no llevan una apariencia más ordenada en tugurios, trenes, campamentos y sitios donde hay miseria extrema, sufrimiento, suciedad. Este medio es descrito por el artista de la palabra sin un ápice de patetismo, como si fuera la rutina normal de todos los días: Rojas no condena a nadie, tampoco defiende o elogia, sino que, de modo espontáneo y luminoso, comprende, empatiza, nos hace entrar en contacto familiar con gente desconocida, de quienes solo sabíamos de oídas y que, por su inaccesibilidad, reúnen los atractivos de lo extraño, lo exótico, que para Rojas es una palpable verdad. Así, estos Cuentos Completos conforman un volumen para atesorar.