Jennifer Lopez no se ha hecho conocida por elegir buenas películas. Descontada “Un romance peligroso” (1998), de Steven Soderbergh, ha participado casi exclusivamente en material desechable (aunque hay que confesar que este crítico no ha tenido la paciencia para ser exhaustivo con su trabajo). No deja de ser sorprendente entonces que, a los 50 años de edad, haya logrado sumar una película que supera largamente todo lo que hecho cinematográficamente en los últimos 20 años. “Estafadoras de Wall Street”, recién estrenada en Chile, sin ser una cinta definitiva, tiene mucho más carne, más sustancia y más garra de lo que uno esperaría de una película de JLo.
La cinta está basada en hechos reales, por supuesto, como casi todo lo que se estrena últimamente en el cada día más restringido espacio del cine para adultos. Es 2007 y el relato sigue a Destiny (Constance Wu), una mujer que trabaja en un club de
striptease en Nueva York. Sus perspectivas —tanto económicas como vitales— se ven deprimidas hasta que conoce a Ramona (Jennifer Lopez), una de las principales atracciones del local, una mujer que no solo domina el baile en el caño, sino que el deseo y las necesidades de los hombres que se acercan al club. Ramona toma como aprendiz a Destiny y ella se convertirá en su cómplice cuando, luego de la crisis subprime, inventan una forma para, derechamente, exprimir el dinero de sus clientes. Siguiendo la huella de Scorsese, que a su vez proviene de Hawks y su “Caracortada” (1932), la directora Lorene Scafaria nos pone entonces en la piel de criminales que, sin embargo, tienen justificaciones y, cómo no, encanto. Destiny es hija de inmigrantes asiáticos, de infancia muy dura y que hoy hace todo por cuidar a la abuela que la crió. Ramona, por su parte, es una afectuosa madre soltera. Y sus víctimas son, en tanto, tipos de Wall Street, bastante indistinguibles entre sí, todos de corbata, risa fuerte y pocos modales. ¿Eso los convierte en víctimas más propicias? Posiblemente. Después de la película “Wall Street” (1987), no hay sujeto más odioso que el ejecutivo del mundo financiero. Casi como los nazi, basta con que uno aparezca en pantalla para que sepamos que se trata de alguna variedad de canalla. Visto así, el esfuerzo que hizo Scorsese por retratar a unos de los peores de su especie en “El lobo de Wall Street” (2013) nos habla de los riesgos que este director aún es capaz de asumir.
Scafaria está, por cierto, lejos de esas ligas. Su cinta es más sentimental y amable con los crímenes de sus personajes; más compasiva con sus excesos e inconsistencia morales. No llega a convertir a Destiny, Ramona y sus compinches en personas ejemplares, pero todo el relato tiene algo de venganza de clase y, sobre todo, de género. Son mujeres robando a hombres con dinero mal habido, gente que nos han robado a todos, como dice Ramona en alguna parte de la cinta.
Ahora, es difícil juzgar si todo esto importa mucho. La cinta quizá no es robusta en sus ejes morales, pero sí en otros, como en el despliegue físico y actoral de Jennifer Lopez: su cuerpo es un arma de sometimiento; su actitud, la de una emperatriz. Ramona puede ser el mejor personaje que nunca ha encarnado y lo hace con tal naturalidad que se siente totalmente verosímil, una versión apenas modificada de su personaje extracinematográfico, estrella de la música pop. Es interesante también la relación ambigua, nunca del todo resuelta entre Destiny y Ramona: ¿hay ahí complicidad, paternidad o sometimiento? La cinta hace bien en no aclararlo, especialmente cuando sigue y respeta el punto de vista de Destiny, que tampoco tiene las herramientas para figurarlo. En esta coincidencia entre su mirada y la mirada del espectador, la cinta alcanza sus mejores luces.