No sé si fue mordedura de crótalo, áspid o mamba negra, porque herpetólogo no soy, pero la serpiente nos envenenó.
Lo digo en modo bíblico y revelo mi romería: plantar en el desierto en tiempos de sequía. Que nadie me siga y no me hagan caso, porque nada crecerá, solo digo lo que tengo que decir.
Entre el 2006 y la actualidad transcurrieron casi 14 años y durante 10 hemos estado en modo de elecciones, porque fueron períodos presidenciales de cuatro años y duplicados con Michelle Bachelet y los suyos, y Sebastián Piñera y los propios.
Una década de campaña electoral, donde no se trata de los meses legales para estos efectos, sino de las largas épocas informales que propician la rivalidad repetida, cansadora e incombustible. En todo este tiempo, el afán fue demoler y descuartizar al opositor. Lo hicieron muy bien y por eso estamos envenenados. Ningún país aguanta 10 años incesantes, sin respiro ni espacio para la comunidad y los acuerdos; al contrario, la tensión electoral privilegia el rencor y la distancia, y por eso los asesores buscan contenidos de campaña entre la carroña y la mantienen viva escarbando miserias.
Una década operando y obrando en consecuencia: cómo destruir a Bachelet o a Piñera, y a los suyos; y cómo aplastar a Piñera o a Bachelet, y a los suyos.
Estos años de campaña electoral continua no pasaron en vano y nos afectaron políticamente y nos dañaron sentimentalmente.
Todo lo malo que dijeron de un lado, lo creímos.
Todo lo malo que dijeron del otro lado, también.
Este es el contexto de tiempo, desde el 2006 a la actualidad, que fue cuando nacieron Twitter (2006), WhatsApp (2009) e Instagram (2010).
La campaña interminable se incrustó en una dimensión desconocida y desde esos nidos, precisamente, surgieron las serpientes.
Partiendo por el narcisismo y la selfie inocente: yo y un famoso, yo y las pirámides, yo y el Taj Mahal.
La necesidad de la cuenta se hizo inevitable, y tanto el prohombre como el pelafustán encontraron en las redes un cancionero de guerra instantáneo y odioso, para ese compost podrido que es la base de la campaña electoral afiebrada e incesante. Así que la avivaron, para que nunca se apagara; y la azuzaron, para que nadie la olvidara. Encendieron el conflicto permanente, cultivaron la desconfianza y siempre la amenaza: ¿se presentarán por tercera vez? Es posible. Más guerra y más campaña con los mismos de siempre. Hierven las cuentas y el Twitter y el WhatsApp.
Políticos de pensamiento lento, pero de gatillo fácil y ofensa rápida.
Niñatos de mente estrecha con sueños imperiales.
Comunicadores con mucho por aprender y poco por decir.
Rostros desplazados que exhiben su envidia y desprecio por lo que existe.
Exautoridades vengativas, que desde su cueva lanzan garras y mordiscos.
Operadores con la misión de herir y pegar donde más duele: familia y honra, por ejemplo.
Y cuentas para crear miedo, infundir pavor y pulir resentimientos.
Estamos envenenados.
La pregunta del millón: ¿hay antídoto?
La respuesta vale un peso partido por la mitad: no.
Es la época del rico veneno.