A raíz de la ola de protestas, destrozos y desmanes que comenzaron a mediados de octubre pasado y que han continuado hasta la fecha, Chile tiene una alta probabilidad de experimentar una recesión económica, situación que no hemos vivido desde la crisis financiera de 2008. Más aún, de producirse, esta sería la primera recesión autoinfligida desde comienzos de la década del 70. Es decir, la mayor parte de los chilenos no ha visto una situación como esta porque no estaban vivos hace 45 años.
Dicen que por más razones que se les dé a las personas, por más libros que se lean, lo único que logra convencer a las grandes mayorías son las experiencias propias. No son pocos los que han insistido hasta el hastío de la propia gente sobre la importancia del crecimiento económico para aspirar a una mejor calidad de vida para todos. Sin embargo, muy probablemente, será la ausencia de crecimiento en los próximos meses o años lo que hará que la gran mayoría de los chilenos finalmente entienda a qué se referían todas esas voces.
La señora Sonia vende almuerzos a $3.500 en un edificio del centro de Santiago, donde se alojan las oficinas de varias empresas grandes. Su negocio iba bien. Gracias al uso de la tecnología había podido organizar grupos de WhatsApp por pisos y utilizar medios electrónicos de pago, lo que le había permitido vender más con menores costos. Sin embargo, desde que estallaron las protestas el negocio de Sonia se fue a las pailas. La gente no ha podido ir al trabajo o ha tenido que retirarse a mediodía, así que nadie le compra almuerzos a Sonia. La que hasta hace un mes era una exitosa y esforzada emprendedora, hoy vive de las colectas que hacen sus antiguos clientes. Yuri es el peluquero de un club, como segundo trabajo en las tardes y las noches lleva pasajeros al aeropuerto en su auto. En el último mes los ingresos de Yuri cayeron a la mitad. El club ha estado cerrado o con horario reducido y los pasajeros al aeropuerto han disminuido significativamente.
Sonia y Yuri son solo dos ejemplos reales de la complejas interacciones que se tejen en una economía moderna y que hacen que todos estemos íntimamente conectados. Cuando les ponemos un palo a los rayos de la bicicleta de la economía, todos nos vemos afectados negativamente de una u otra manera, aunque típicamente los chilenos como Sonia y Yuri son los que sacan la peor parte.
Situaciones como las que estamos viviendo hoy en Chile nos permiten recordar que la riqueza no existe, se crea. Los seres humanos hemos tenido que procurarnos nuestra comida, nuestro ropa y nuestro hogar. Nada de eso estaba en el mundo cuando llegamos a él. Lo hemos hecho con esfuerzo y mucha creatividad, pero sobre todo lo hemos hecho trabajando juntos, aportando cada uno de nosotros nuestros talentos y nuestro trabajo. La gran maravilla de las economías y sociedades modernas es haber construido un set de leyes y normas que fijan las condiciones para que las personas puedan entenderse y cooperar en paz para procurarse una vida mejor. Ese orden es el que está en juego hoy en Chile.
Cuando ponemos en duda cuestiones tan básicas como el rol del Estado y la vigencia de nuestro orden constitucional, las personas que componen la sociedad ya no tienen a qué atenerse, se asustan y se paralizan. Como el crecimiento económico y la riqueza dependen básicamente de cómo cooperamos unos con otros, y ahora que ya no tenemos claridad de cuáles van a ser las leyes y normas que van a regir dichas interacciones, la economía dejará de crecer y la riqueza tenderá a desaparecer. Eso es precisamente lo que la sociedad chilena está a punto de experimentar.
Las consecuencias sobre el bienestar de los chilenos, sobre todo los más vulnerables, del gran frenazo que experimentará la economía chilena, son tan devastadoras que en pocos meses más las protestas y demandas que hemos visto en este último mes van a pasar a segundo plano.
El drama del desempleo, las dificultades financieras de miles de pequeñas empresas y la desesperanza de los emprendedores se tomarán la agenda y harán que la cuestión constitucional se vea como una frivolidad de las élites. Por su parte, la discusión sobre el tamaño del aumento del gasto fiscal necesario para reactivar la economía relegará a un segundo plano a la reforma tributaria y la agenda social.
Hay quienes dicen, desde su cómoda situación económica personal, que este es el costo que los chilenos tenemos que pagar para poder seguir progresando en el futuro. Yo no estoy de acuerdo. Creo que partir destruyendo lo que hay y escribiendo sobre una hoja en blanco no es un buen camino para una república como Chile, que tiene más de doscientos años de historia. Construir sobre la experiencia y los aportes de quienes nos antecedieron me parece una forma mucho más civilizada y menos costosa para avanzar hacia estados de desarrollo humano más altos para todos los chilenos.
José Ramón Valente
Economista