Hasta su muerte, en 1988, Eugenio Guzmán, director de “La pérgola de las flores” original y uno de los tres artífices de este fenómeno de nuestra escena, junto a la dramaturga Isidora Aguirre y al músico Francisco Flores, fue dueño de todas sus reposiciones. En 1960 él fijó el canon de lo que podía ser una comedia musical chilena.
Después aparecieron muchas producciones más modestas y empeñosas, que logradas. Dos de ellas tuvieron mayor repercusión: la desafortunada de 1996, en la cual Andrés Pérez buscó remozarla con un enfoque, digamos, posmoderno; y la de 2002, de cuya directora, Carmen Barros (la primera Carmela), se esperó que recuperara su espíritu inicial. Ambas se plantearon para públicos masivos en espacios abiertos, como hoy parece que no debe ser, y coincidieron en un penoso rasgo común, un vestuario horrendo.
El actual remontaje del GAM parece el único hasta ahora que se pone a la altura del hito y la leyenda. Con una cuidada producción y un casting acertado, luce como la primera versión que, respetando el concepto matriz, recupera su amable encanto retro y naif de hace más de medio siglo, en tanto lo refresca con atinados giros. Empezando por la propuesta visual: hay una atractiva y funcional escenografía (Ramón López) que suele iluminarse con proyecciones de Santiago antiguo y ‘réclames' de los años 20; y un colorido vestuario (Carola Sandoval) que, consciente de que “La pérgola…” nos habla de algún modo de nuestra chilenidad, pero de una deseada que ya no es hace tiempo, impone a su estética un aire de historieta o cuento infantil.
Mejor director que Héctor Noguera no se podía hallar; miembro del primer elenco y de otros, conoce al dedillo la obra y el valor patrimonial que se le atribuye, mientras con sus juveniles 82 años es capaz de ponerse en el lugar de lo que esperan de ella las nuevas generaciones. Con buen sentido del ritmo y la teatralidad, hace que el entramado de sencillos y muy eficaces recursos fluya ágil. En un esfuerzo complejo como este es natural que algunos factores y detalles desentonen; a veces se deben perdonar insuficiencias en el canto, y puede que con el rodaje las coreografías luzcan más vitales. Pero el conjunto funciona bien, a ratos muy bien, y la entrega deja una impresión bonita, animada, alegre.
Noguera permite a sus actores que abran sus personajes, grabados en el imaginario colectivo desde siempre, hacia nuevas aristas, reformulándolos de modo tan definido como los recordábamos, pero distinto. En ello destacan las pergoleras Rosaura y Charito, el maestro Rufino, el peluquero Pierre y Pimpín. Un toque audaz y moderno pone La Mujer de Rojo en travesti.
La versión adhiere a sus heroínas, mujeres trabajadoras luchando por sus derechos que amenaza la casta dominante. Así se entiende que algunos roles de clase alta, no todos, estén jugados en caricatura farsesca. Por lo mismo, el enfoque de la pergolera Ramona luce como el gran lunar de la entrega; mostrada en maqueta, pierde su humanidad y convicción. Agreguemos que parece inapropiado sobrevalorar la crítica social en la trama. Sí la contiene, pero leve. No hay que olvidar que esta costosa producción debía financiarse; que aunque luego fue tal, nunca pensó ser de veras popular, y que era una apuesta del Teatro de la UC. Treinta años antes de ella, Antonio Acevedo Hernández proponía obras con lectura política realmente combativa.
Centro GAM. Sábados y domingos, a las 17:00 horas.