“Una… doh… una… doh”. Era lo más que se le entendía de su media lengua al señor Kovacs, nuestro profesor croata de gimnasia. Así nos marcaba el paso en las marchas y “evoluciones” por los patios del colegio. En vísperas de la repartición de premios, en el mes de noviembre, los alumnos pasábamos mañanas enteras practicando estos ejercicios. “Niños, hoy no hay clases”: ¡Qué fiesta, qué delicia! Y si uno, pajarón y lerdo que era, se equivocaba al marchar y pisaba con la derecha cuando debía ser la izquierda, la solución era astutísima: daba uno un raro brinco, sumamente coqueto y, sin que sea posible explicarlo, recuperaba el paso.
¿Qué ocurría? Pues que se había decidido abandonar las premiaciones anuales en el teatro del colegio, que era precioso y redondo como el Panteón romano. En él había funcionado una vez el Congreso Nacional, durante la revolución de Balmaceda. O sea, tenía prosapia. Pero llegó el Sr. Kovacs, lo marcializó todo y comenzaron los desfiles y demás zarandajas.
Ahora, lo mejor ocurría cuando algún profesor se enfermaba y no llegaba, noticia que desataba un alborozo descomunal: “¡No hay clase, niños!”. E incontinenti nos llevaban de penecos a ver “vistas de París” a una sala grande, provista de vetustos artilugios que permitían conocer detalladamente, en el telón, el plano de París, que se nos grabó profundamente en la memoria. Años después, cuando llegamos a la Ciudad Luz, apenas puesto pie en tierra nos movimos por ella como verdaderos baqueanos (en cambio, nos hubiéramos perdido sin remedio en el barrio Avenida Matta).
El caso es que, con el tiempo, conocimos también Londres, que, sin noticias previas, nos pareció agilísimo, lleno de vida, sin esa apariencia como de cartón piedra (como las bambalinas del teatro del colegio) con que quedó París después de las “mejoras” del Baron Haussman. Curioso: las avenidas y bulevares parisienses, encorsetados, disciplinados como por la mano croata del Sr. Kovacs, réplica urbana del
“jardin à la française”, perdieron estéticamente para nosotros, comparados con la espontaneidad llena de energía del plano de Londres, donde el teatro de la ópera está, de un modo irracionalmente vital, en medio de una enorme feria libre. Pero la memoria de las marchas del colegio y de las “vistas de París” son tan resilientes que, cada vez que hemos vuelto a París, se nos aparece el Sr. Kovacs en alguna parte, y el olfato nos lleva indefectiblemente tras de las comidas callejeras de que nos contaban cuando niños. Cate esto, Usía, que es muy
parisién.
Croque-monsieurPrepare salsa blanca bien aliñada y espesa. Tueste al horno pan de molde sin corteza. Unte cada rebanada con salsa, como si fuera mantequilla. Ponga encima harto gruyère rallado y una rebanada gruesa de jamón cocido. Unte otra rebanada con salsa, y arme así el sándwich. Ponga encima del mismo una capa más de salsa blanca, más queso rallado. Gratine.