La cámara está fija en uno de los miembros del coro. Él solo puede ver a Aretha de espaldas, pero ha ido siguiendo su voz mientras canta Amazing Grace, verso a verso, palabra por palabra. Es como mirarla subir una montaña: solo alcanza a entonar unas cuantas notas antes de volver a tomar aire para llevar el himno a un nuevo clímax, luego a otro y a otro; con paso lento, sin abrir los ojos, moviéndose apenas, cargando el peso del mundo entero. Entonces el chico no da más: se pone de pie, comienza a girar sobre sí mismo y levanta las manos a medida que los asistentes gritan, aúllan, y el reverendo Cleveland —maestro de ceremonias— deja el piano, se tapa el rostro con las manos y comienza a llorar, derrumbado en una banqueta justo cuando ella inicia el “descenso”, acunando la melodía e impidiendo el colapso, con la audiencia entera preguntándose si acaso es posible ir más allá; porque claro, Miss Franklin volverá a la iglesia al día siguiente para continuar su hazaña, y el documental que la registra recién va por la mitad...
Concebido originalmente como testimonio visual de las dos apariciones que la cantante hizo en el New Temple Missionary Baptist Church de Los Angeles, en enero del 72, Amazing Grace no es un concierto filmado o un “rockumental”, en el sentido en que hoy entendemos el término. Lo que escuchamos no son los éxitos soul de Aretha, sino en su mayoría antiguos cantos de parroquia. Lo que vemos no es una “actuación”, sino más bien un servicio religioso, captado
in situ por el cineasta Sydney Pollack, Warner Bros. y Atlantic Records. Al contrario de Woodstock, “Gimme Shelter” y otros clásicos musicales de esa era, no hay entrevistas o imágenes de bambalinas que busquen poner al evento en perspectiva. Salvo un par de carteles explicativos puestos al inicio, una vez que la cámara atraviesa el umbral de la iglesia ya no hay vuelta atrás: de simples espectadores, el filme nos transforma en feligreses, da lo mismo si compartimos o estamos lejos de esa fe que se despliega con abrasadora intensidad en formato de canción.
Haya sido esa —o no— la intención de Pollack y compañía, imposible saberlo. Especializado en costosas ficciones, pero
amateur a nivel documental, su equipo insólitamente no usó claqueta para sincronizar audio y sonido, de suerte que el torrente de material registrado fue declarado inservible y abandonado en una bodega por décadas, mientras el álbum doble editado por Atlantic vendía dos millones de copias y se instalaba como la gran cumbre artística de la larga carrera de Franklin. Una vez que los problemas técnicos fueron resueltos y se editó un primer corte, en 2011, la propia Aretha puso toda clase de dificultades al productor Alan Elliott, quien había comprado las bovinas de película a Warner, pero no hubo caso. Este le ofreció más dinero, le prometió mayor control, pero la respuesta de Franklin siempre fue no, y el asunto solo se resolvió un par de meses después de su muerte, en agosto de 2018, vía un acuerdo con sus herederos. ¿Por qué tanta negativa y vacilación, si era evidente que se trataba de un logro magisterial?
Tal vez ella lo consideraba un documento demasiado personal; algo que, por su propia naturaleza, le resultaba imposible compartir de forma directa. De ahí lo vital y urgente de su rescate. No solo porque al fin se revela en imagen el instante en que esa legendaria voz alcanzó proporciones catedralicias, sino porque su figura deja de ser la de una artista sobre el escenario para emerger como otra integrante más de la comunidad; dando cuenta de alegrías, dolores, miedos y esperanzas. Una más, en medio de los otros. De nosotros.
Amazing Grace
Dirección de Sydney Pollack.
Con Aretha Franklin y James Cleveland.
Estados Unidos, 1972, 2018, 87 minutos.
Blu-ray en Amazon.com
DOCUMENTAL