Negarse a la evidencia que observamos cada día en nuestras ciudades sería de necios. Tal como está la situación es imposible asegurar nada. Por ejemplo, certificar la programación de una fecha del fútbol profesional chileno. Eso no implica que la actividad se detenga hasta la resolución del conflicto. Es necesario seguir el rutero atentos a lo que sucede a cada momento porque la realidad nos deparó este minuto histórico.
En esa línea, el anunciado regreso de la Primera División y la Primera B implicó un esfuerzo tripartito de la ANFP, el Sindicato de Futbolistas y los clubes.
No faltará el que acusará de frívola la determinación. Se olvidan que el fútbol es una actividad en la que participan variados actores, cada uno con una historia particular, pero que en la suma generan la necesidad de que la pelota vuelva a rodar. La mirada siempre se aloja en las estrellas y sus sueldos. Olvidan que ese grupo es una minoría, tal como sucede en la sociedad.
El desarrollo del fútbol profesional requiere de guardias de seguridad, a quienes se les paga por partido. En un caso similar están los dependientes de los puestos de alimentación —formales e informales (por ejemplo los vendedores de sánguche de potito)—, las personas que estacionan los autos, los pasapelotas, las empresas de transporte que movilizan a los 32 clubes de la ANFP, los fleteros de las utilerías, los hoteles e incluso los árbitros, quienes en su gran mayoría cobran por juego dirigido. Un mundo enorme que hoy sufre una merma sustantiva en sus ingresos.
Este tipo de causas da pábulo para la irrupción de demagogos, que por lo general se arrogan la representación popular o de los grupos de interés que conviven en torno a espectáculos masivos, como sucede con el fútbol. La declaración de las barras bravas de siete clubes, con énfasis en las de los dos clubes más grandes, planteando su molestia por el retorno de la competencia, donde se incluyen amenazas si se mantiene la programación, resulta indignante.
Cuando se habla de los lastres de los últimos 30 años, las barras bravas son una enfermedad cotidiana. Pocas organizaciones poseen tantos rasgos fascistas, totalitarios, en muchas ocasiones delincuenciales. Desde su autoritarismo y profundo carácter antidemocrático, que algunos intelectuales trasnochados visualizaron como grupos que se enfrentan al poder de turno, estas asociaciones ilícitas se apropiaron de la vocería y el sentimiento de esa masa enorme, intangible, pero viva, que son los hinchas del fútbol.
Separemos aguas. Una cosa son los barristas, muchos de ellos profesionales de la pasión, capaces de actuar como guardias pretorianos del mejor postor, pero otra muy diferente son los hinchas, enamorados de sus colores y una historia replicada en un equipo de fútbol.
Es el momento de que los hinchas que aman al fútbol den una muestra de carácter. Si la situación lo permite, ojalá vayan al estadio y no escuchen a estos matones. Sería maravilloso que este enorme estallido social nos permitiera, al menos por una semana, exiliar a quienes arrinconaron al fútbol por tres décadas.