A sus 24 años, David Sorel (Vincent Lacoste) reparte su día entre recibir turistas para departamentos de arriendo, oficiar de jardinero público ocasional y ayudar a su hermana Sandrine (Ophélia Kolb). La hermana es profesora de inglés y tiene una hija de 7 años, Amanda (Isaure Multrier), a la que ha criado sola. David y Sandrine son hijos de los mismos padres, pero también de un quiebre familiar que hace muchos años los puso en una relación asimétrica con su madre.
Amanda va al colegio, es avispada y alegre, y está adaptada a las dificultades de vivir con una madre sola. La película ocupa una media hora en describir la normalidad de esas tres vidas, con especial énfasis en los recorridos de David en bicicleta por un París apacible, monumental y lleno de paseos familiares. Una ciudad tranquila, monótona, linda; una joyita en la que nadie espera un desgarro violento.
Hasta que en una de esas tardes apacibles ocurre algo espantoso: una masacre callejera, al parecer cometida por el fundamentalismo islámico, en la que cae Sandrine. Después del difícil trance de explicarle a Amanda que su madre ya no volverá —una bella secuencia en que ambos pasean por la ciudad vacía, ocupada por tropas fuertemente armadas—, David entra en el problema jurídico del nuevo estatuto de la niña: dónde puede vivir, quién será su tutor, si habrá familia adoptiva. Y todo esto, mientras trata de resolver su propia vida sentimental.
Amanda es una película narrada a partir de continuas elipsis, al punto de que a veces parece que el director Mikhaël Hers le exige al espectador más imaginación que concentración. Se mueve entre ciudades con parques inmensos —París y Londres— y sus protagonistas andan siempre en bicicleta, casi como si se tratara de un
statement sobre la vida descontaminada. Pocas veces se habrá visto un París tan despejado, limpio y gentil. Puede ser una manera un poco boba de comunicar la inocencia de Amanda y del mismo David, pero en fin, es una manera.
Naturalmente, el motivo central es el tránsito de los dos protagonistas hacia un nuevo estadio de maduración y Hers elige un metaforón tenístico, de esos que dan dentera, para comunicar su lección final. Antes de esto, su estilo es sobrio, funcional, contenido, casi invisible, muy adecuado a la clave baja en que desarrolla su historia de lazos familiares. Se lo ha comparado con Rohmer, pero sin notar que Rohmer era el rey del encuadre —de ahí buena parte del lirismo de su cine—, mientras que Hers está todavía bastante lejos de eso.
AmandaDirección: Mikhaël Hers.
Con: Vincent Lacoste, Isaure Multrier, Stacy Martin, Ophélia Kolb.
107 minutos.