La convulsión política que remece al país ha tocado quizás como nunca antes el discurso de los futbolistas. Se expresó primero a través de sus referentes de la Roja, que vía redes sociales o entrevistas marcaron su respaldo mayoritario a las protestas. Pero cuando estas se extendieron y el torneo local se paralizó, la conversación cambió de giro y se pasó del apoyo al compromiso.
Esto quedó ratificado en la declaración del martes del Sifup, cuyo primer punto leído por su presidente, Gamadiel García, decía así: “Como gremio hemos tomado la decisión de no jugar este fin de semana, principalmente porque adherimos a las movilizaciones sociales desde el primer día, y bajo las actuales circunstancias no podemos estar ajenos al dolor y al sufrimiento de nuestros compatriotas”.
El texto consigna luego razones logísticas para reforzar la medida, más allá de que el gobierno haya garantizado la seguridad en los estadios, pero sobre el final manifiestan su disposición a volver a jugar: “(...) así como nos plegamos al sentimiento social imperante al que defendemos siempre como primer objetivo, también debemos paralelamente volver a nuestro trabajo”.
Es importante tener en cuenta que la declaración se produjo después de una reunión de capitanes, en los cuales hubo al menos dos —y no cualquiera— que tenían posiciones disímiles sobre la reanudación del campeonato.
Por un lado, Esteban Paredes: “El Gobierno y la ANFP quieren retomar el fútbol para calmar a la gente, pero nosotros no estamos de acuerdo” .
Por el otro, Johnny Herrera: “Empatizo con las demandas, pero el país tiene que seguir caminando”.
Paredes aludía, por supuesto, al uso político del fútbol para desviar la atención de los problemas de un país, un fenómeno que se ha vivido en Chile (en la dictadura de Pinochet, sin ir más lejos), pero que hoy no opera de ese modo: porque vivimos en una democracia, porque la crisis es de tal tamaño que nada puede ocultarla y porque también han cambiado las costumbres: el fútbol dejó de ser un “circo” en el sentido peyorativo del término y perdió hace rato el poder de “calmar a la gente”. (Precisamente la gente “no calmada” que suele acudir a los estadios es un factor a tener en cuenta antes de tanto optimismo gubernamental con la seguridad, pero ese es otro tema).
Lo de Herrera engancha más con el sentido común y también con el espíritu deportivo en el que aún, suponemos, se sostiene esta industria.
No se puede dar por “terminado” el torneo, como pedía Jorge Valdivia, sin tomar en cuenta las consecuencias. La Católica campeón,
ok, podría ser, estaba lista, ¿pero todos los puestos de clasificación a las copas para atrás? ¿Quedan tal cual y mala suerte? No hay descenso,
ok, ¿pero suben los dos de Primera B que por esas cosas del fútbol estaban primero y segundo? ¿Hacemos una modificación express de los reglamentos para ajustarnos a esa idea? No, no es serio. Lo serio, llegado el caso, sería declarar nulos todos los campeonatos (inédito en nuestra historia) y que la ANFP comunicara a la Conmebol que ningún club chileno jugará en sus copas durante 2020.
Es bueno, es sano y es esperanzador que los futbolistas profesionales hayan fijado sus posiciones políticas, pero se requiere algo más de templanza en sus líderes naturales. Y lo mismo para los líderes elegidos.
Si quedaba la duda de lo que finalmente haría el sindicato (¿se allanaría a volver a jugar o no lo haría en defensa de su “primer objetivo”, aún no resuelto?) esto quedó dilucidado ayer cuando el propio García avisó, tras reunirse con la ANFP, que hoy se programaría la fecha del retorno. Cuando se trata de política, es muy fácil quedar
offside.