Barcelona cae en forma drástica ante Levante (3-1) en la liga española y Arturo Vidal, titular en el equipo de Ernesto Valverde, es centro de críticas de la prensa española que dice que el chileno es una moneda al aire donde ora sale cara, ora sale cruz (o sello, como decimos por estos lados).
No es extraño. Los colegas hispanos realzan sus análisis amparándose no en la particularidad de lo que muestra un jugador en la cancha —es decir, en su rendimiento específico— sino que en relación al resultado y a lo demostrado colectivamente por el equipo. Es casi tan básico como decir que si Barcelona gana, Vidal y sus compañeros son bien evaluados. De lo contrario, son un desastre. Y se les denosta más allá incluso de los límites lógicos.
Claro, aquellos son los costos de pertenecer a la elite. El que está en el equipo que lidera la atención mundial, que tiene al mejor del mundo en su plantel y a una serie de estrellas que por sí solas serían figuras únicas en cualquier liga del mundo, debe saber que el examen a rendir cada semana excede al que se le hace a cualquier futbolista. Más que entregar el máximo de capacidades, el que está hoy en Barcelona debe, además, acoplarse a márgenes de exigencia exagerados.
Con eso como aclaración es que se puede intentar hacer una evaluación de lo que ha sido la experiencia de Vidal en el equipo catalán.
La pregunta esencial es: ¿Fue un acierto o un error del chileno integrarse a un equipo donde se sabía de antemano que no sería titular porque no poseía el llamado ADN barcelonista?
Acá va una hipótesis: fue una buena decisión, sin duda.
Claro, es un hecho que Vidal no llegó a Barcelona a ser la competencia de Busquets, el relevo natural de Rakitic o el acompañante “ideal” de Messi como lo fue por años ese portento que era Iniesta. El chileno nunca ha poseído ni el orden táctico ni la disciplina estratégica ni el talento mágico requerido para asumir alguna de las misiones que aquellos han realizado por años en el equipo catalán. Pero no por ello uno podría afirmar que Barcelona no sería un buen lugar para el jugador chileno. Al contrario, lo era —y lo sigue siendo— porque justamente Vidal aporta lo que no tiene Barcelona: fuerza creadora y entropía o desorden sistémico.
El volante no es una pieza del engranaje perfecto que los barcelonistas buscan desde sus divisiones menores. No es, ni con mucho, siquiera un repuesto del tipo alternativo. Es una herramienta distinta que Barcelona llevó y utiliza para los casos de emergencia. Vidal es el hacha encapsulada en la caja de cristal que debe ocuparse en situaciones alarmantes donde la recta y perfecta ecuación del fútbol azulgrana no da respuestas. Es el plan B.
Por eso Vidal acertó con ir a Barcelona. Porque no llegó como uno más del grupo, sino que como el outsider, el extranjero, el marciano que no se viste con los mismos colores que el resto.
Vidal acierta y se equivoca tanto como los demás. Sube y baja como todos. Pero le sirve a Barcelona. Está donde debe estar porque no es uno entre varios. Es único.