Gonzalo Blumel llegó donde llegó antes de tiempo. Como un parto prematuro. Estaba predestinado a ser el “hombre fuerte” del Gobierno —de este o de otro—, pero nadie pensó que las cosas se precipitarían tanto.
Es tanta la responsabilidad que tiene en sus manos, a cargo de la mayor crisis político-social que hayamos tenido en no sé cuántas décadas, que decirle ministro del Interior se queda corto.
Su verdadero rol es el de una especie de Primer Ministro. Un “Premier”, como se le dice a ese cargo en Gran Bretaña y otros países.
Gonzalo Blumel es un “avant Premier” —haciendo un juego de palabras cinematográfico—, por lo que acabo de decir antes. Porque es más que un ministro del Interior cualquiera y porque tuvo un preestreno.
Así las cosas, me alegra que uno de los atributos que se le conocen a Blumel es su perfil trabajador. Si mal no recuerdo, él puso por escrito el programa de gobierno. Una tarea larga y tediosa que muchos le habrán hecho el quite. Una vez lo vi de madrugada tomando una micro con su mochila al hombro camino a la pega, como todos los que trabajamos. Lo recuerdo en la última campaña visitando radios y canales de televisión sin parar, participando en todo tipo de reuniones.
Es que Blumel es un tipo “motivado”, como se dice hoy, en jerga
millennial.
Pero ojo con eso. Algunos
millennials se burlan de los “motivados”, porque encuentran que son laboriosos en exceso, demasiado “prendidos”, y eso merece un cierto reproche.
Como yo no soy
millennial, no entiendo mucho por qué censuran la “motivación”. Espero que no sea porque el “motivado” termina instalando un precedente peligroso, que obliga a todos los otros a “motivarse”. Y eso puede ser muy cansador.
Como sea, a mí me parece bien que Blumel sea “motivado” y trabajador. Eso va a ayudar a salir de la crisis en la que estamos; que requerirá una pega enorme.
Y ojalá que los parlamentarios estén a la altura y también se “motiven”.
Ellos debieran mirarlo de la siguiente manera. A los diputados y senadores los critican —con razón o no— por supuestamente trabajar poco y ganar mucho.
Pero ahora tienen la oportunidad de cambiar su historia. Pueden bajarse un poco el sueldo, para partir, pero más importante que eso es que trabajen mucho.
Entonces, no debieran hacerle el quite a ser ellos los que se den la tarea de asumir el desafío constitucional. Es decir, revisar su texto para ver qué cambios habría que hacerle, de modo que queden reflejadas en ella las demandas sociales planteadas en las últimas dos semanas.
¿Por qué hacerlo a través de una asamblea constituyente?, ¿para sacar la vuelta?, ¿por pereza mental?
¡Por favor! Si el Congreso chileno tiene la facultad de transformarse a sí mismo en una “asamblea constituyente”. Los parlamentarios fueron elegidos democráticamente y pueden presentar proyectos para cambiar la Carta Fundamental y se supone que representan los más amplios pensamientos y tipologías de chilenos (Florcita Motuda es una muestra de qué tan diverso es nuestro parlamento).
¿Por qué entonces algunos de nuestros legisladores le están haciendo el quite a asumir la tarea que les corresponde y por lo que les pagamos? ¿Por qué sacarse el bulto a través de una “asamblea constituyente”, que no ha resultado bien en ninguna parte? ¿Y qué harán ellos mientras la asamblea trabaja para cambiar la Constitución?, ¿ver Netflix?
Mejor hacer la pega. Como el “avant Premier”.