Steven Soderbergh filma mucho, y quizá no es tan bueno como para filmar tanto. Este año sumó 30 años de carrera y 31 películas, un promedio de un largometraje por año. Con niveles parecidos de actividad, solo genios como Ford, Hitchcock o Hawks salieron más o menos enteros. Soderbergh está lejos de esa liga. Pero, con todo, tiene una carrera interesante. “Sexo, mentiras y video” (1989), “Vengar la sangre” (1999), “Erin Brockovich” (2000), “Ocean's Eleven” (2001), “Magic Mike” (2012) son algunos de sus puntos altos. Esta misma lista, muy arbitraria por cierto, revela cómo muchas de sus películas han terminado por transformarse en íconos de la cultura pop. A Soderbergh le interesa —y logra— captar la sensibilidad del momento; poner en escena ciertas luchas políticas y dar forma a estéticas sofisticadas y sensuales. A veces carga más las tintas hacia una vertiente que hacia otra. De forma parecida, se ha movido entre la película de gran presupuesto y la cinta experimental, con moral de guerrilla, aunque la frecuencia de este último tipo es cada vez menor. En cualquier caso, es un director en justicia, un hombre que ama el cine, que entiende el medio, el oficio de narrar y de la puesta en escena, y que en ocasiones filma con auténtico virtuosismo, con planos secuencia extremadamente elaborados o encadenamientos de ritmo, movimientos y montaje que son un placer visual en sí.
De hecho, su última cinta, “The Laundromat”, estrenada directamente en Netflix tal como otras dos de sus últimas cuatro películas, es generosa en estos largos planos secuencia que llaman la atención sobre sí mismos. Es que se trata de ese tipo de cintas, de aquellas que te recuerdan desde el primer minuto que estás viendo una película y que eso será parte del juego. Los narradores, que son también personajes centrales, hablan a la cámara, caminan en un solo plano desde la edad de piedra a un sofisticado bar en Panamá y dan cuenta de hechos que no han presenciado. Esto es una paradoja en sí misma, de momento en que la película escabulle el realismo, pese a estar basada en hechos reales, que ha tomado de la investigación del periodista Jake Bernstein sobre los Panama Papers, puesta en el libro “Secrecy World”. Para Soderbergh, es fácil imaginar, la forma correcta de contar este escándalo del capitalismo global no era otra que el de una comedia negra, satírica, algo esperpéntica, contada con cinismo por los mismos Jürgen Mossack y Ramón Fonseca (Gary Oldman y Antonio Banderas, respectivamente), dueños del estudio de abogados desde donde se filtraron los Panama Papers en 2016. El resultado es muy Soderbergh: una película rápida, coral, fragmentada, con momentos cómicos y su cuota de personajes limítrofes, su cuota de personajes desalmados y su cuota de discurso moral. Incluso, pese a la carga didáctica que posee —hay no poca explicación de los mecanismos societarios a lo que se dedicaba el famoso estudio— la cinta funciona. El eje afectivo, aquel que permite que lo que estamos viendo nos importe, sin embargo, es débil. La historia de Ellen (Meryl Streep), una mujer mayor que no logra cobrar un seguro por culpa de un tinglado societario que logra escaparse con la suya, no tiene ni de cerca la fuerza que requiere para que sintamos las consecuencias reales, humanas, del secreto resguardado en los países que califican como paraíso fiscal, así como tampoco de la evasión de impuestos o el lavado de dinero que puede obtenerse de allí. Todo esto es, claro, material altamente abstracto, muy difícil de filmar. El que Soderbergh se haya animado a hacer una película con él puede calificarse como un esfuerzo interesante. El que haya resultado una comedia negra que se deja ver, califica como meritorio. El que la cinta termine y no sintamos, más allá de una leve irritación, el problema ético o de justicia que existe detrás de los paraísos fiscales, califica como un fracaso.
The Laundromat. Dinero sucio
Dirigida por Steven Soderbergh.
Con Gary Oldman, Antonio Banderas y Meryl Streep.
Estados Unidos, 2019
95 minutos.