Recuerdo lo que escribí: en algún momento de nuestra historia se acabaron los hombres buenos. Ya no podemos recurrir a ellos. No ocurrió de sopetón ni de un día para otro, y fue un proceso lento, acaso imperceptible, donde algunos cayeron por causas naturales, otros se aburrieron de la vida que llevaban y un sector cruzó la delgada línea roja y ya no calificó para esa categoría escasa y mítica.
Sucedió en los últimos 30 años y la transición se los llevó de uno en uno.
¿No se dieron cuenta? Yo sí.
En ocasiones fueron usados y abusados, también los desgastaron y finalmente los dejaron de lado porque ya no se les creyó necesarios, más bien se les consideró vetustos y pasados de moda, estorbo para la modernidad y afrenta para instituciones que funcionan sin necesidad de especímenes que pertenecen a la leyenda fantástica y no al profesionalismo del siglo XXI.
El modelo lo soluciona todo. Y los hombres buenos, al subterráneo del sueño eterno.
Así que se extinguieron y tampoco se les podía pedir más, porque es difícil ser bueno durante un lapso largo y es imposible serlo por toda la vida.
El concepto es tan antiguo que hoy se lee mal: ¿hombres buenos? Perdón, ¿y dónde estaban las mujeres buenas: acaso no existieron? Las hubo, por supuesto, pero en la antigüedad el término mujer buena no se correspondía al de hombre bueno y significaba otra cosa, que ya no merece la pena explicar.
En fin. Esa clase de chilenos y chilenas ya no existen y desapareció la mirada hacia los grandes pastizales, y ahora lo que importa es el matorral. Eso específico, acotado y único: la especialización. Por eso tanto panel de expertos altamente calificados, compuesto por académicos de nivel superlativo, gracias a sus brillosos doctorados y maestrías extranjeras.
La estrechez de visión de un panel de expertos no se compara con la mirada en cinemascope, tipo Jean-Paul Sartre, del hombre bueno.
El hombre bueno carecía de especialidad y eso es, precisamente, lo que los hacía buenos. Esa ausencia de intereses particulares y por lo tanto un ser desprendido de los círculos de colegas y las cofradías de conocidos. Una persona sin velas en el entierro y alguien distraído de lo mundano. Un chileno de andar vagabundo y filósofo que pasaba sobre el derecho, la economía, sociología o ciencia política. Un ciudadano de calidad espiritual y fantasmal, que sobrevolaba la miseria diaria y cotidiana. Un maestro chasquilla de lo divino y lo humano.
La leyenda negra, porque todo hay que decirlo, asegura que a muchos hombres buenos se los llevó el alcoholismo y la depresión. Es posible y no hay que descartar que vieran venir el futuro. A otros, en cambio, una mujer les partió el corazón.
Eran chilenos con el don de la civilización, acostumbrados a la siesta y a tomarse su tiempo, porque los hombres buenos nunca fueron notoriamente trabajadores, para lograr esa calidad es menester la soledad reflexiva y el reposo, y por tanto se requiere ritmo laboral pausado, jornada elástica y amplios espacios para la buena lectura, la mejor mesa y la música clásica.
Los hombres buenos dormían siesta con pijama.
Que en paz descansen.