En la historia de la educación, en los lugares de aprendizaje sucede con frecuencia un fenómeno que es nuevo. Antes estuvieron fermentados por el ideal de la genialidad o por lo menos del rigor. Eran menos importantes la originalidad y la creatividad. Muchos expertos dicen que hubo una mayoría de contenidos inertes. La razón parece ser que son menos útiles en la verdadera comprensión del mundo y en los desafíos de la vida profesional o del trabajo posterior. Por ejemplo, los estudios aseguran que muchas mujeres que no tuvieron gran formación en su paso por la educación formal, pero que son creativas y libres en su pensamiento o interpretación de los problemas, son magníficas trabajadoras. Saben del mundo. Su inteligencia las ha llevado a conclusiones (no siempre determinadas o conscientes) más imaginativas y más útiles que las mujeres cuyo pensamiento se ha rigidizado con el aprendizaje formal. Ellas han llegado a una edad mediana que les ha permitido experiencia en el mundo, y son menos temerosas de proponer soluciones propias y originales ante los problemas. Salvo en el mundo de la ciencia, donde la exactitud es fundamental, la imaginación sumada a la experiencia puede mover montañas.
Uno de los motivos de estas conclusiones es que la formación es rígida. Es un sin sentido plantear que a mayor educación formal, el profesor suele ser más capaz de plantear desafíos a sus alumnos. Ya no es así. La vida fuera del aula es un constante desafío.
Hay quienes plantean que las mujeres pueden ser más útiles en la forma de resolver problemas laborales que los hombres. Tal vez porque han desarrollado desde temprano una particular capacidad de improvisar soluciones en las vidas familiares y domésticas. De hecho, en un congreso en Europa, un ingeniero que había escrito tres libros aseguró (para escándalo del público) que en las situaciones difíciles en su vida laboral habían sido las mujeres las que habían resuelto las crisis. ¿Por qué? Porque dieron respuestas concretas y posibles en la emergencia.
Antes, las mujeres eran temibles porque eran histéricas. ¿Por qué? Porque no podían controlar sus sentimientos y emociones. Ya no es así. Hoy, las madres sobre todo, gracias en parte a las exigencias de los colegios de sus niños y al cambio de paradigma de lo que es ser “femenina”, han comprendido que la histeria es la mejor manera de no resolver, sino de empeorar los problemas.