Cuando en los pasados diez días los medios de comunicación, en particular la TV, se han propuesto cubrir y a la vez analizar el estallido de un conflicto social de años de incubación, surgen varias reflexiones al hacer el recuento de esta cobertura. La primera apunta al descriterio y banalidad que terminó por tener el GC (generador de caracteres) que rezaba “último minuto” en cada pantalla y del que se hizo uso y abuso en los primeros días de transmisión donde los canales cubrieron prácticamente en vivo y en directo el acontecer nacional.
Porque ese GC que nos decía que cada imagen de protesta pacífica, marcha, contención, represión, violencia y vandalismo era igualmente de apremiante no solo se usó con ausencia de criterio específico respecto de actos de la población, sino también para informar sobre vocerías oficiales que, dicho sea de paso, se emitían prácticamente en cadena nacional. En un torrente informativo como pocas veces visto, casi no había capacidad de jerarquización ni discriminación.
La leyenda también pudo ser vista en la retransmisión durante la madrugada de entrevistas realizadas previamente a analistas políticos, y grabadas en estudios fuera del set. Es decir, nada más lejos del vivo y en directo desde su primera emisión.
Era como si en esa leyenda de “Último minuto” la televisión hubiese estado queriendo decirse a sí misma que ahora se ponía al día con la realidad. Pero el impacto que ese mensaje tiene en las audiencias, sobre todo en las más desprotegidas, no es baladí.
Cuando los medios de comunicación tienen el poder de trabajar en línea con la comunidad es en el manejo de los tiempos, de las urgencias, donde está su responsabilidad. La observación del deber social no solo está en determinar el momento de la emisión de sus contenidos, sino también en la forma en que estos se tratarán y enfatizarán. Más aún cuando la salud mental de los receptores está en riesgo de afectación. Más aún si las emisiones se extienden en horario de protección al menor.
Es por eso que la televisión abierta posee horarios familiares y es por eso que, en este tipo de coberturas excepcionales, no se debe nunca descuidar a los más desprotegidos frente al impacto de lo que verán. Los generadores de caracteres bien pueden ser usados para enfatizar sobre el impacto de las imágenes que se exponen, como un llamado a la conciencia de los adultos para que tomen las medidas que estimen necesarias en cada hogar. Esto es algo más en lo que la TV chilena —de respetable tradición en cobertura de catástrofes— puede avanzar a propósito del reciente estallido social.
En estos días la TV ha realizado labores épicas, qué duda cabe. Como todas las instituciones, ha escuchado las críticas que hacia ella se tenían. Ha sido objeto de ataques que les ha impedido realizar su trabajo en terreno y les han recriminado a sus periodistas hasta su forma de preguntar. Pero en ella hay profesionales que con el pasar de los días han ido variando su forma de mostrar la realidad.
Ahora que los enviados a terrenos de los canales se observan más atentos a los ciudadanos, ahora que escuchan sus vivencias sin infantilizarlos ni dirigirlos, y ahora que los canales reciben de parte de ellos videos que les muestran realidades donde sus cámaras no pueden acceder, habrá que ver qué nuevo pacto pueden formar.
Habrá que ver qué pasará ahora en las casas televisivas cuando las imágenes provenientes de diversas fuentes —celulares particulares, drones, etc.— y difundidas por diversas redes sociales empiezan a develar prácticas que antes no había cómo comprobar. Qué seguimiento se les dará. Qué contraparte a las versiones oficiales habrá. Qué nuevas fuentes de información se buscarán.
Esas sí que serán noticias de último minuto. Y esas son las que les darán a los medios nuevas historias que contar y nuevos frentes informativos que cubrir. De ellos depende buscar historias que, lejos de durar un minuto, puedan trascender.