Los jugadores de fútbol, y más desde que existe Twitter, hablan de todo y menos mal que es así.
Es cierto que en momentos tensos y revueltos, como los actuales, el asunto se complica y rápidamente se convierte en tornado.
Jorge Valdivia y Marcelo Díaz, por ejemplo, no aguantaron la tormenta y cerraron sus cuentas, por el torbellino de dimes y diretes, más ofensas e insultos, además de pullas, ironías y maldad.
Otras estrellas aún se mantienen en las redes, mientras opinan del huracán social y sus demandas, de la enormidad de la protesta y también de los saqueos vergonzantes y los mordiscos de violencia.
Algunos con intensidad y propiedad, y otros con timidez y más por compromiso, pero el asunto es que los jugadores con Twitter e Instagram no se quedan atrás: escriben, opinan, dicen, replican.
No es malo recordar que en tiempos no muy lejanos, su categoría era de personas limitadas, incluso con cierta restricción intelectual y, por lo tanto, incapaces de entender el mundo en su complejidad.
Un central de La Serena, por ejemplo, debía limitarse a pensar en el fútbol y nada más, pero en ningún caso en la política.
Un delantero de Universidad de Chile, entonces, no estaba capacitado para hablar de derechos humanos.
Y un mediocampista de Huachipato carecía de conocimientos para opinar de religión o de economía.
No hace mucho los jugadores profesionales eran ciudadanos de trocha angosta y escasas luces, donde su único talento consistía en manejar la pelotita y, por tanto, sus juicios se restringían al universo de esa pelotita.
Cualquier otro ámbito significaba hablar de lo que no sabían, por tanto meterse en las patas de los caballos, complicarse la vida y hacer el ridículo.
Los jugadores que hablaban de política eran excepcionales y algo más: raros y únicos, porque se atrevían a desafiar el estado de las cosas.
El estado de las cosas consistía en pastelero a tus pasteles, por tanto permanecer amordazados, obedientes con el que les da de comer, siempre prudentes, idealmente temerosos y con la cabeza metida en la cancha de fútbol.
El discurso reinante establecía que lo anterior era por su bien, para que no fueran donde no los llamaban y no ingresaran en territorios desconocidos.
Con el tiempo, por fortuna, las cosas cambiaron.
Los jugadores de fútbol pudieron sacar la voz, sobre todo los famosos que navegan por unas redes sociales que son tan veleidosas como las tribunas de un estadio: un día les escriben loas y al otro día les garabatean maldiciones.
Es parte de la profesión y son sus gajes y calvarios.
Al menos pueden hablar de lo que quieran, y eso, que hoy parece tan normal y corriente, antiguamente no era así.