Melba Escobar (1976) ha publicado tres libros para niños y además es una destacada colaboradora del diario El País, de Cali, lo que le valió ser galardonada como la mejor columnista de opinión colombiana en 2013.
La Casa de la Belleza es su primera novela y fuera de haber recibido un enorme respaldo crítico, ha sido traducida a quince idiomas. Las expectativas son, pues, altas, y en términos generales Escobar las cumple.
La Casa de la Belleza es un relato singular, ameno, posee impulso dramático y por lo general está bien concebido. Quizá su estilo es demasiado cuidado, meticuloso, esmerado, lo que da a la narración cierta artificialidad y algo parecido a lo que sería una escritura de laboratorio. Sin embargo, estos reparos son menores frente a un volumen que capta la atención del lector y se sostiene de principio a fin.
La Casa de la Belleza debe su título a un exclusivo establecimiento de cosmetología, maquillaje, depilaciones, manicure, tinturas capilares y otra serie de arreglos corporales donde acude la élite femenina de Bogotá, o sea, las esposas de dirigentes, empresarios, ministros, oficiales y cualquiera que pueda pagar las estratosféricas sumas que se cobran para sacarse los callos o hacerse una limpieza de cutis. Ahí llega Karen, la protagonista, originaria de Cartagena, una joven de extraordinaria belleza, inteligente pero incauta, madre natural de un niño que dejó a cargo de su abuela, cuyo proyecto es ahorrar lo suficiente para traer a Emiliano y comprarse una casa propia. Sin que ella lo perciba, su nuevo lugar de trabajo es un microcosmos de la sociedad bogotana.
A Karen le resulta difícil asimilarse al ritmo de la metrópolis. De modo que lleva una vida de pobre, hasta que Susana, la única amiga que tiene en ese negocio, la introduce en el mundo de la prostitución elegante. Antes de que ello ocurra, han entrado en escena Claire, psicoanalista formada en Francia; Lucía, compañera de curso de Claire y autora fantasma de los manuales de autoayuda de su exmarido, Eduardo Ramelli; Sabrina, a quien Karen atiende un día antes de que sea asesinada; Consuelo y Jorge, padres de la adolescente, y varios más.
En verdad, la heroína, a partes iguales con Karen, es Claire, y esta obra avanza en la acción mediante capítulos en primera persona compuestos por la profesional: de hecho, la historia se encauza gracias a las intervenciones de Claire, de manera que
La Casa de la Belleza se adelanta, retrocede o contiene recapitulaciones, interpelaciones y otros recursos que son proporcionados por Claire, una mujer decente, brillante y de buenas intenciones, pese a que, a la postre, su participación genere más daño que beneficios. El procedimiento de alterar una y otra vez el punto de vista narrativo no tiene nada de novedoso, aun cuando a Escobar le sirve para otorgar variedad y una dosis de suspenso a las aventuras de los personajes.
Estamos, entonces, frente a una intriga compleja, coral, ambiciosa y que poco a poco nos sumerge en una maraña de corrupción, hedonismo sin freno, obsesión por el lucro y las marcas —Armani, Versace, Chanel, Carolina Herrera salen a relucir constantemente— y sobre todo criminalidad, delincuencia de cuello y corbata, o bien atentados a cargo de sicarios y toda suerte de maleantes. ¿Cómo Karen, una chiquilla sin sofisticación se ve envuelta en esta red de vicio y descomposición?
La Casa de la Belleza no ofrece respuestas y como todo argumento de calidad, más bien deja muchas interrogantes, que en nada explican el fondo de los problemas tratados; aun así, Escobar pone el dedo en la llaga en cuanto a las desigualdades extremas, el arribismo desenfrenado, la hipocresía disfrazada con prédicas de buen comportamiento y el terrible desamparo en que subsiste la mayoría de los habitantes de la gran urbe, en la que los sujetos de su crónica se debaten sin posibilidades de surgir, por más que intenten hacerlo.
En el fondo, este texto de Escobar constituye una radiografía despiadada de un Estado que, al parecer, se libró de la guerrilla y ahora ha caído en algo, si no peor, muy parecido a lo que fue debido a la inestabilidad, la ausencia de líderes honestos, la inmoralidad generalizada en todas las esferas políticas y el caos social causado por una estructura de poder que se ha mantenido intacta. En tal sentido, no hay víctimas ni culpables en
La Casa de la Belleza, puesto que, en definitiva, a todos les corresponde un grado de responsabilidad en los sangrientos sucesos que culminan por hundir a los actores de esta tragedia. Y esto Escobar lo deja muy en claro.