La Corporación Cultural de Las Condes nos permite ahondar en la obra de Robert Doisneau (1912-1994), el gran fotógrafo francés. Operando sobre todo a través del contraste y de los frecuentes juegos de mirada, sus estampas en blanco y negro nos entregan un París cotidiano, cuyos habitantes muestran esa peculiar pobreza material de la posguerra. Aunque muchísimo más importante resulta la humanidad de los instantes captados. Su espontaneidad maravillosa desborda siempre optimismo y alegría de vivir. Sobre todo se torna cuando el protagonismo corresponde al mundo infantil. Recordemos dos fotos de 1956, donde los pequeños alumnos rompen la rutina de la escena escolar: el que observa esperanzado el reloj, el que mira desafiante al techo. O esos niños muy chicos, como el solitario en un vacío teatro playero. O, haciendo chocar las dimensiones, los tres vestidos de blanco detrás de la solemnidad del monumento; asimismo, la pareja diminuta rumbo al edificio de la institución lechera (1936).
Más desconocido resulta en Doisneau el empleo del color. Su serie californiana, más que el encargo de un reportaje constituye un retrato sociológico sobre la opulencia y superficialidad de unos nuevos ricos hacia el declinar de sus vidas. Aquí el formato y la coloración sedosa acentúan su mordacidad.
Se complementan durante estos días, en Sala Gasco, Yennyferth Becerra y Judith Jorquera. En mayor o menor medida, ambas operan alrededor de las convergencias culturales que trae la migración y, con ambición mayor, se aproximan al mestizaje. El arte kitsch, el pop art, el barroquismo inspiran la tarea, materializándola con ironía a través de metales preciosos ilusorios. Recurre al oro la primera, Jorquera usa la plata como intermediaria. Así Becerra vuelve reluciente con doraduras el recinto oriente de Gasco. Dividiéndolo en tres porciones, la de los murales bordados consta de presuntuosos espejos ovalados, cuyos espejos se transforman en bordados multicolores sobre tela. Cada una de esas siete escenas derrama, colgantes, sus hilos de lana constitutivos, cual armoniosa cascada. Coronadas por textos dorados, nos entregan relatos, donde conviven personajes dieciochescos y contemporáneos. Nos hablan de las esperanzas, de los sueños ingenuos, las posteriores añoranzas del inmigrante en su nuevo país.
Si gran parte del recinto se halla pintado felizmente de rojo, un amplio muro luce un fotográfico cielo azul con áureas estrellas superpuestas. Quizá el fondo más feliz para la escultura de yeso de una cabeza femenina con corona y desde cuya gola blanca se despliega un manto real de hebras negras y amarillas. Este casi nada oculta el armazón del maniquí. El tercer sector cuenta con otro volumen: sobre una especie de tótem de madera rústica se encabrita un pequeño huemul confeccionado con papel dorado. Alrededor, siete discos estrellados brillan amarillos. Acaso resulte el logro más hermoso del conjunto.
Los fulgores de la plata dominan la sala poniente. Aquí Jorquera establece unos remedos de altares, construidos por medio de mitades de mesas de madera y dentro de un entorno de muy adecuada coloración. Abundantes y muy variados objetos conforman un muestrario sobre las aras funcionales. Al mismo tiempo, aluden al pasado y resaltan los falsos plateados. Vemos un casco, cubiertos de mesa, alguna cotidiana imaginería religiosa, adornos de escritorio, una máquina de coser, collares y utensilios varios. Todos ostentan una capital particularidad mayoritaria: se deshacen chorreantes. Al contrario de lo que ocurre con Becerra, esta sala exuda una fría uniformidad. En cierta medida se echa de menos la riqueza formal y la inventiva de la otra expositora.
La belleza de lo cotidiano
Estupendo conjunto fotográfico en blanco y negro del francés Robert Doisneau
Entre el oro y la plata
Mediante metales falsos, Y. Becerra y J. Jorquera interpretan la migración cultural.
Lugar: Sala Fundación Gasco
Fecha: hasta el 29 de noviembre