Por cumplir una promesa de campaña (“traigamos los chicos a casa”), Donald Trump puede estar cometiendo la peor decisión estratégica de su gobierno, y ser cómplice de una de las masacres o “genocidios” del siglo XXI.
La ofensiva de Turquía contra los kurdos ha sido largamente un sueño del gobierno de Recep Tayyip Erdogan y puede materializarse por la desidia de Trump, que dio el pase a las operaciones contra las milicias que operan en el norte de Siria, en lo que Ankara ha explicado como “la creación de una zona segura”, pero que puede convertirse en una “zona de muerte”. Para Turquía, los kurdos y su vieja aspiración de autonomía en esa región montañosa han sido un dolor de cabeza permanente, y qué mejor oportunidad que esta para diezmarlos y someterlos a su férula.
Rusia y Siria han sabido llenar el vacío, después de que los kurdos —aliados valiosos de EE.UU. en la lucha contra los terroristas del Estado Islámico, que cometieron atrocidades en Siria e Irak— no vieran mejor opción que entregarse a los brazos de los antiguos enemigos. Centenas de miles de desplazados kurdos pululan por la región y están a merced de las acciones de los soldados turcos, que los consideran parte de grupos terroristas. Decenas de civiles han muerto, y no se sabe cuál será el destino de los desplazados, que deberán vivir en condiciones precarias y bajo permanente amenaza de represalias de los soldados o guerrilleros turcos.
Entre seguir la lucha para derrocar a Bashar al Assad y salvar a su pueblo, se puede comprender que los líderes kurdos hayan preferido esta alternativa. Mientras los soldados norteamericanos, que no superaban los mil efectivos, regresan a EE.UU., las tropas sirias de Bashar al Assad y sus aliados rusos recuperan terreno. El régimen sirio se afirma y vuelve a controlar el territorio.
La historia, que es antigua, tiene este último capítulo trágico, que no parece finalizar con el frágil cese el fuego acordado entre el vicepresidente norteamericano, Mike Pence, y el Mandatario turco, quien, se sabe, no tiene intenciones de retirar sus tropas, ahora instaladas en los territorios sirios que hasta hace unos días eran patrullados por las milicias kurdas, apoyadas por los norteamericanos. EE.UU. entrenó y armó a los rebeldes kurdos, que han demostrado ser los más competentes guerreros contra el Estado Islámico. Ahora Trump los abandona, recibiendo críticas de los políticos en Washington (“ya no somos aliados confiables”), y aplausos de sus partidarios, que repudian el intervencionismo norteamericano en el Medio Oriente. Mientras, Erdogan recibe vítores de los nacionalistas turcos, obstinados en terminar con la disidencia.
Una vez más, los kurdos pierden la esperanza de conseguir una autonomía que desde 1920 les ha sido prometida, y negada, por las potencias occidentales. En este escenario de avance turco sobre las zonas kurdas de Siria, la persecución y muerte en 1915 de cientos de miles de armenios de Turquía (más de un millón, dicen algunos) vienen a la memoria. En ese genocidio, tribus kurdas tuvieron su parte de responsabilidad, pero ese no es motivo para que ahora nadie levante la mano para proteger su derecho a vivir en sus tierras ancestrales.