En el Archivo de Indias se conservan los breves escritos del ignorado Juan de Zubileta, que a 499 años de la primera vuelta al mundo, se deben y merecen conocer.
“Como esto no lo leerá ni Dios, escribo con la sencillez de la verdad, pese a lo corto de mis años, que estimo en 15 o 16, creo, porque en Baracaldo donde nací, el cura para echar castigos era el primero, pero el último en echar cuentas, así que llegué al mundo en 1503 o 1504, vaya a saber yo, que deseaba embarcarme de grumete, pero me dio para paje y acá estoy, junto al mástil mayor de la Nao Victoria y bajo el mando del capitán Hernando de Magallanes o Fernando de Magallanes, porque así como es Portugal es de España, ya que en estos tiempos todo es expedición y maravedíes, ducados, pertrechos y vitualla.
Zarpamos cinco naves desde Sevilla el 15 de agosto de 1519 y el capitán Magallanes y el contramaestre Juan Sebastián Elcano, vasco como yo, dejaron testamento y última voluntad, por si no regresan.
Yo, Juan de Zubileta, nada tengo y nada dejo, pero al menos sé escribir, y como paje canto oraciones por las mañanas y las noches, y paso hambre con bizcochos que escasean y la presa de bacalao apenas se ve en un plato que dejé de lavar. ¿Vino? Una pinta al almuerzo, apenas.
El capitán Magallanes no ve una y como las nubes no permiten ver las estrellas no hay cómo guiarse.
El contramaestre Elcano me contó que un tal Cristóbal Colón, que murió hace años, hizo lo que ahora intentamos: llegar a las Indias Orientales, que es por donde se aparecen las islas Molucas con especies, riquezas y maravillas que no imagino.
Allá vamos.
Estos descubridores con aspiración de adelantados son hidalgos desorientados y si llegamos a topar tierra y vamos a algún lado, será gracias a la confusión y el acertijo y porque Dios es grande y porque los vascos nacimos bajo buena estrella.
A mí se me hace que vamos al revés de los cristianos y por ir al norte enfilamos al sur y por viajar a oriente navegamos hacia occidente.
Le dije al capellán Valderrama en confesión que a mi parecer la mayoría de los descubrimientos del hombre se hacen por equivocación y error. Me mandó un guantazo que me dobló el cuello porque nací para servir, pero no para dar opinión. Después de eso, en todo caso, me absolvió.
El único que escucha mis lamentos es Enrique de Malaca, esclavo del capitán, cuyo pesar es tan grande que no lo cuenta.
El sábado pasado y después de misa, el mismísimo capitán Magallanes me puso la mano al hombro y por primera vez me habló: “¿Qué pasa, campeón?”. Lo miré nomás. Aprovechó de contarme que un tal Núñez de Balboa descubrió otro océano, lo llamó Mar del Sur y por eso recibió favores y tierras de la corona. Como el silencio se prolongaba, me animé a hablar, en mi caso y como paje, lo natural es puro preguntar:
—¿Cómo será ese mar, capitán?
—No lo sé —me respondió.
—A lo mejor es pacífico ¿o no?
Me miró con cara de pena, se dio media vuelta y se fue a su recámara.
Yo partí a mi litera en el entrepuente, junto al esclavo Enrique de Malaca, que no hay noche que no despierte con sudores y sobresalto. Yo me hago el dormido”.