Quisiera pensar que los vecinos de Las Condes han despertado. Que la aniquilación del Parque Araucano con ese pernicioso centro comercial en el medio; la devastación del parque sobre Américo Vespucio con las obras de la autopista; la intentona de construir otro mall en el Parque Los Dominicos y la laguna tarifada que se pretendió instalar en el Padre Alberto Hurtado no han sido completamente en vano. Los vecinos han escuchado rugir la motosierra demasiadas veces y han sido testigos de cómo se ha tergiversado y mutilado el escaso espacio verde que, aunque comparativamente abundante en la comuna, sigue siendo un recurso precioso.
Metro, por su parte, ya no es la princesa del cumpleaños que era hace unos años y el impacto de sus obras en el entorno de las estaciones despierta desconfianzas fundadas; verbigracia, la aniquilación inmisericorde de la Plaza Egaña. No obstante, no debemos olvidar que el despliegue de la red de ferrocarril subterráneo sigue siendo la principal obra de equidad urbana que el Estado ha emprendido en la capital. Metro otorga a los ciudadanos el derecho a desplazarse con libertad, dignidad y certeza por su ciudad. Construye territorios en común, un bien tan escaso como las áreas verdes en esta ciudad asquerosamente desigual e injusta.
Y una de las consecuencias de esa desigualdad es la ostensible diferencia de precios de suelo entre distintas ubicaciones. Eso hace que la compra de terrenos para la instalación de una estación en un sector como Las Condes sea casi prohibitiva para una obra pública. Para detener esa autorreproducción de la inequidad, se hace necesario recurrir al espacio público y dar prioridad al derecho de movilidad.
Quizás Las Condes consiga esta vez desplazar la estación a un lugar menos frágil, y esperemos que el Parque Forestal también salve indemne. Pero la realidad de nuestra ciudad nos obligará a aprender a compatibilizar: ¿por qué elegir entre movilidad o áreas verdes si la política y la arquitectura pueden hacerlas convivir? Por una parte, exigiendo diagnósticos valorados de impacto en el entorno y medidas obligatorias de salvaguardia y mitigación; por otra, elaborando diseños urbanos que den prioridad al material vegetal e incorporen un manejo experto de intervención en áreas verdes. Con voluntad, se puede.