Don Reinaldo Rueda Rivera lo dijo cuando llegó, pero parece que nadie lo escuchó, así es que tiene que reiterar la idea: no vivan del pasado.
No se imaginen el equipo de Sampaoli ni el de Bielsa, nos quiere decir; no hagan tal porque la comparación, la odiosa comparación, los hará enojarse y sufrir.
¿Y el equipo de Borghi o el de Pizzi, esos sí se podrán imaginar? Pues tampoco porque eran otros tiempos, la generación dorada, muchos referentes, no como ahora que quedan “cuatro o cinco”, hay que ingeniárselas, se hace lo que se puede. A buen entendedor, pocas palabras, sostiene el profesor Rueda.
Ante tamaña grieta, ante ese abismo que separa a la generación dorada de la actual (¿la generación bronceada?), el míster no pierde la calma, él nunca pierde la calma, y además nos cuenta que la gente en la calle, el hincha de a pie, cada vez que lo ve caminando por ahí le dice: “paciencia y aguante, porque somos difíciles, aguante lo que digan”. Esto encierra una paradoja: Rueda tendría que aguantar incluso a la gente que le dice “paciencia y aguante”, pero no nos metamos ahí.
Démosle una: con estas dos virtudes cardinales logró reincorporar a Bravo. Los mal pensados dirán que esto huele simplemente a laissez faire, pero los resultados están a la vista: se acabó el veto, el arquero está de vuelta y ni le importa ser el capitán o no.
Lo que no está de vuelta es el fútbol que alguna vez tuvo este equipo y cuando esa pregunta asoma, la respuesta de Rueda suele tocar las mismas teclas: hay que trabajar, hay que darle confianza a los jugadores, hay que preparase para unas eliminatorias duras.
Es injusto decir que con él la Roja ha jugado siempre mal: porque no es cierto y porque en la mesa hay un cuarto lugar en la Copa América que se ajusta con holgura a lo que ha sido históricamente Chile en el concierto sudamericano. Cuando Rueda habla del “pasado” es el pasado inmediato y no aquel que vivimos, por ejemplo, en las eliminatorias del 2002. Si dijera “no se imaginen incluso el equipo de Pedro García” sería un exceso.
No es injusto decir, en cambio, que su discurso ha sido zigzagueante (¿centrales altos o no? ¿prioridad para los titulares en sus clubes o no?) y el rendimiento en la cancha ha tenido demasiados altibajos. Si lo homologáramos al campeonato, la Roja habría sacado con él 31 puntos en 23 partidos, o sea vendría siendo como la Unión Española del torneo local; con una salvedad: en Santa Laura ya cambiaron de técnico.
Un entrenador de club dispone de un universo infinito de jugadores, modulado por su presupuesto; un entrenador de selección dispone de un universo finito, pero a sus anchas. Rueda no puede pedir más (salvo que nacionalizara a alguien) y esto lo sabía antes de llegar. Si una vez acá se dio cuenta de que calculó mal, de que no le da ni para once titulares, de que sus estrategias de motivación no están funcionando (¿qué fue ese primer tiempo contra Guinea?) y de que el lote encima es muy llevadito de sus ideas, entonces es posible entender a qué se refería cuando dijo que “a mí me trajo el futbol aquí y si por el fútbol me tengo que ir, me voy tranquilo”.
En sus caminatas por el país, Rueda ha tenido la suerte de no toparse con los hinchas que lo quieren ahora fuera de la selección, aquellos a los que ya se les agotó la paciencia y el aguante. Sus contratantes, al parecer, aún tienen de las dos en reserva.
Noviembre dirá.