En el último lustro, Ana Luz Ormazábal (34) se instaló como la investigadora de vanguardia en las artes escénicas de su generación, cuyo trabajo debe ser seguido. “Al Pacino” es la cuarta propuesta de laboratorio de esta creadora que, provista de un Master en Performance de la Universidad de Londres y residencias en Nueva York y Boston, bucea en nuevas estrategias para abordar la representación teatral, siempre a la cabeza de su colectivo Antimétodo.
Sorprende otra vez con este acto inclasificable que define como ‘maniobra en vivo' y está más cerca de una experiencia híbrida, que de la performance colectiva que fue “Ópera”, estrenada en 2016. Con el aspecto de teatro visual ligado a los laberintos de espejos en las ferias de diversiones, tiene también componentes de música y canto, y está referido sobre todo al cine primitivo. Por esa última vía, la fotografía resuena en las imágenes que genera. Imposible determinar su pertenencia específica a ninguno de estos lenguajes diversos, porque toma algo de cada cual en una inédita fusión de todos ellos.
Partió del rescate de las “comedias de magia”, olvidado género menor surgido cuando el teatro barroco hispanoamericano entró en decadencia, que atrajo a los públicos hasta fines del 800 con su desfile de prodigios visuales —aparición y desaparición de personajes, seres fantásticos y objetos, mutaciones, vuelos por los aires, etc.— logrados mediante múltiples trucos escenográficos de iluminación y tramoya. A Ormazábal le interesaron como antecedente precursor de la ficción cinematográfica en la línea de Georges Mélies.
Brinda un desfile de cuadros animados por cinco performers (cuatro mujeres y un hombre) que emergen de la oscuridad y se desplazan por un espacio todo negro. A veces hay textos en inglés y castellano que escuchamos distorsionados acústicamente. En el tramo medular y de mayor interés, los ejecutantes sosteniendo espejos flexibles juegan a reflejar y duplicar partes de sus cuerpos creando figuras deformes y monstruosas. En ocasiones cantan —y muy bien— elaboradas vocalizaciones corales, o hacen música con sonidos y fonemas.
Como en “Ópera”, y sucede a menudo con trabajos experimentales, algunas partes resultan más sugerentes que otras. Si el cuadro inicial parece un prólogo bien raro e ininteligible, más adelante el sofisticado, intrigante, a ratos bello concepto que desarrolla, rigurosamente ejecutado además, captura la atención. Se vuelve atractivo, sin duda, gracias a sus ideas impredecibles y giros grotescos o lúdicos. Esto no es pura ilusión y desafío abstracto de los sentidos. De aquí se desprende quizás un comentario sobre la precariedad de la condición humana. Al fin y al cabo se revela como una exploración en torno a la virtualidad; obliga a preguntarse cuándo un signo en escena llega a significar algo para alguien, qué nos hace aceptar como real a un símil, un reflejo, una mera apariencia.
Matucana 100. Jueves a sábado, a las 20:00 horas. Domingo, a las 19:30. Hasta el 3 de noviembre.