No hay, por cierto, opinión unánime, pero sí mayoritaria: la mejor liguilla del fútbol chileno de Primera División fue la de 1992.
Hagamos historia. Por esos años, era una costumbre determinar qué club se convertía en subcampeón del torneo nacional (u oficial) mediante una competición entre los cuatro equipos que escoltaban al que se titulara campeón (es decir, jugaban el segundo, el tercero, el cuarto y el quinto). Competían todos contra todos en tres fechas (en jornadas dobles)y en un lugar considerado neutral —llámese exclusivamente el Estadio Nacional— al cabo de las cuales el ganador era el que sacaba más puntos (sin que lo que hubiese acontecido en el campeonato incidiese en lo más mínimo). El premio era ir a la Copa Libertadores al mismo grupo del campeón y ante otros dos rivales del mismo país.
Qué recuerdos…
En fin, retomemos. En 1992 el campeón del torneo nacional fue el sólido Cobreloa dirigido por José Sulantay y la liguilla copera pasó a la historia por varias razones: acusaciones de arbitrajes “poco sensatos” o derechamente “cargados”, conato entre jugadores, resultados que obligaron a que la última fecha se jugara en dos estadios en horario simultáneo (el Monumental fue la otra sede), un gol en el último minuto que hizo apagar antorchas y una final extra para determinar al ganador de la liguilla.
Pero más allá de eso, lo que realmente entusiasmó en ese momento y quedó en la memoria colectiva es que el minitorneo lo protagonizaron cuatro equipos de Santiago. Los más populares para ser precisos: Colo Colo, la U, la UC y Unión Española.
No es extraño pues que la expectación de esa liguilla fuera grande. No solo de los seguidores de los equipos involucrados sino que de los hinchas del fútbol y, por cierto, de la prensa. Solo los nombres bastaban para hacer de la liguilla de 1992 “histórica e inolvidable”.
Hoy, el hecho se repite con la conjunción de los mismos equipos protagonistas pero, esta vez, en las semifinales de la Copa Chile.
El torneo, sea cual sea su nombre o formato, siempre ha sido considerado una competición de “medio pelo” o un “pariente pobre” para la prensa y para la mayoría de los equipos, DT, jugadores, dirigentes y dueños-accionistas. Pero resulta que ahora sí es un campeonato que vale la pena mirar y difundir.
Claro, se entiende. Es la opción de ver clásicos, de observar si la UC gana la doble corona, de evaluar si al fin se prende el Colo Colo de Salas, si será el regalo inesperado de la U a sus sufridos hinchas, si se convertirá en el relanzamiento internacional de Unión Española.
Tremenda expectativa la que existe hoy. Antes, sí, cuando estaban en competencia los equipos de la Primera B, bastaba con dar los resultados en una breve (o en una infografía escondida o al pasar antes de una pausa comercial o al cerrar un bloque televisivo si estaban los desconocidos clubes de la Segunda Profesional).
Si pues, seamos honestos, hasta antes de que la U y la UC dieran vuelta en forma “estoica” sus llaves frente a Cobresal y Unión La Calera, el torneíto este era solo para los equipos menores.
Pero no, eso era antes. La Copa Chile ahora sí que vale la pena seguirla. Es un bocado, un dulce, una delicia para los futboleros.
Y luego todos se preguntan por qué no somos futbolizados…