Y no se refiere a un pecado individual, sino que es el pueblo entero, la sociedad entera, reflejada en los 10 leprosos que se le acercan. Es decir, el evangelio de los leprosos no hace referencia a la enfermedad física, sino a la enfermedad moral que deforma y deshumaniza a la persona y a nuestra sociedad. Cuando nos vemos sometidos nosotros a un sistema que ha permitido tantas formas de corrupción, de injusticia, de desigualdad y de abusos. Es la lepra de nuestro tiempo, que termina deformando al ser humano y a la sociedad.
La propuesta de Cristo en el evangelio es una forma de vida diferente la que muchas veces termina siendo aceptada por todos. Así, frente a un sistema que te incita a acumular, el evangelio te invita a compartir lo que tienes; frente a una sociedad que no perdona, el evangelio te invita a ser misericordioso; frente al tener que arreglártelas por ti mismo, el evangelio te invita a establecer vínculos profundos con los demás; ante la sospecha del otro el evangelio te invita a amarlo; frente al tener que competir con otros para surgir, el evangelio te invita a caminar juntos; frente a la cultura del bienestar, el evangelio te invita a servir; frente a la explotación de la naturaleza, el evangelio te invita al cuidado de la casa común. En fin, frente a una forma de vida centrada en ti mismo, el evangelio te invita a confiar tu vida a Dios.
Estos leprosos se acercan al Señor pidiendo no la salud, sino la misericordia. Y el Señor inmediatamente los acoge, sin hacerles ninguna pregunta sobre su enfermedad, su pecado o su nacionalidad. Pensamos que Dios nos va a acoger porque hacemos el bien, que su amor dependerá de lo que hagamos.
Pero el evangelio de hoy nos muestra que es el amor incondicional de Dios el que nos convierte y transforma. Entonces sucede la curación no como algo mágico, sino que será un proceso mientras recorren el camino que Jesús les propone. Todos quedaron sanados, pero será uno solo, un samaritano extranjero, el que regresa a dar gloria a Dios por lo sucedido. Dios está cerca de todos, no excluye a nadie. Y es ese amor de Dios el que convierte nuestras deformaciones personales y culturales, es decir, nuestra lepra, en belleza y vida. Nuestra vida cultivando la belleza y la caridad es la forma que tenemos de agradecerle a Dios por lo que ha hecho por nosotros.
Para ello, Cristo nos invita a recorrer el camino del Evangelio, donde su palabra nos irá transformando y curando. Su propuesta nos humanizará y nos hará personas bellas y buenas. Algo que nuestro mundo realmente necesita.
“Una vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros»”(Lc. 17, 11-19)